Viacrucis y vialucis en pandemia

 

Viacrucis y vialucis en pandemia

 

Introducción

            Desde el 14 de marzo de 2020 llevamos confinados sin acabar todavía hoy 9 de abril de 2022 de dejar las mascarillas y otras cautelas por culpa de una pandemia de coronavirus. En este momento parece que ya va cediendo. En diciembre del 2019 se oyeron las primeras noticias de este virus que comenzó a actuar en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, en China. Apareció en forma de neumonía e insuficiencia respiratoria que pronto demostró ser letal.  La organización mundial de la salud nombró a este agente etiológico como COVID 19.

La propagación de esta epidemia fue muy rápida. El primer caso en España se conoció el 31 de enero de 2020. Desde el 14 de marzo estuvimos en estado de alarma decretándose el confinamiento en sus casas de toda la población fuera de los trabajadores puramente esenciales. Estas medidas se han ido relajando y ajustando continuamente según apretaban más o menos las olas del patógeno hasta el día de hoy. Con fecha de abril de 2022 en España se puede hablar de 150. 000 muertos y millones de contagios más o mensos graves. A nivel mundial los contagios ascienden a centenares de millones y fallecidos unos cuatro millones. Ya han comenzado las vacunas a actuar y parece que se están abriendo puertas a la esperanza aunque se habla de muchas contraindicaciones.

Como puede verse la incidencia no ha sido demasiado grande en comparación con otras pandemias de la historia. Los confinamientos casi brutales, las mascarillas, distancias, inmovilidad, cierres perimetrales y tantas cosas han mitigado lo que pudo ser hecatombe ya que la humanidad y la ciencia fueron cogidas de sorpresa y durante más de un año han sido humilladas por el coronavirus. La presión de las autoridades suprimiendo derechos ha sido cruel. La han hecho, tal vez, no tanto para evitar muertes, como para que el sistema sanitario no fuera desbordado. El pueblo ha vivido y sigue aún atemorizado. A los disidentes y negacionistas y, sobre todo a los jóvenes con sus botellones y fiestas nocturnas ilegales, les han motejado con palabras como insolidarios, incívicos, irresponsables, egoístas, etc

De todas formas pienso que el contacto casi a diario con la muerte ha creado un clima de ansiedad e incertidumbre. La gente, confusa por la confusión de los dirigentes, se ha visto ante su fragilidad, impotencia y vulnerabilidad. La mayoría ha tenido contacto con la muerte a través de seres queridos o amigos y esto crea angustia, y más cuando la muerte en una pandemia se parece a un rapto o a un arrebatamiento. El temblor metafísico se hace presente aunque no se quiera admitir. El no poder visitar a los enfermos ni despedirse de ellos ni asistir a los entierros encoge el corazón. Durante estos años y a todas horas no había otro tema de conversación.

En la situación actual de duro cansancio psicológico, unos desean como psicóticos volver a la nueva normalidad semejante a la anterior y pasar página; otros, en cambio, han profundizado más en la fe, en la trascendencia, en la metafísica y han aprovechado la coyuntura para crecer en interioridad. De una crisis o se sale más blando o más endurecido; siempre nos obliga a tomar postura. En este caso más, porque es una crisis trascendente donde hay enfrentamiento con la muerte. Para aquellos que quieran orar esta situación he preparado por solidaridad, este viacrucis y este vialucis para ayudarles a rezar y a profundizar.

El viacrucis es una práctica piadosa ya antigua en la Iglesia que he tratado de acomodar al momento presente con menciones y oraciones propias para las circunstancias actuales. El vialucis es algo nuevo. No está popularizado. He oído la palabra, creo que a Juan Pablo II, pero no conozco ninguno. Se compone también de quince estaciones, no de cruz sino de luz, a partir de la resurrección del Señor. Las he escogido yo y las he comentado yo; no tienen más autoridad que la que pueda tener yo. No obstante, espero que a muchos os haga bien.

 

Viacrucis en pandemia

 

1ª Estación: Jesús es condenado a muerte

            Te veo, Señor, aceptando en silencio tu condena a muerte. Me dan ganas de compadecerte y de echarme a mí la culpa de lo mal que lo pasaste. Quisiera romper en llanto y flagelarme y hacerme víctima por todo lo que sufriste por mí. Pero no; no quiero añadir pecado a pecado. No quiero hacerme protagonista de tu pasión. Ya soy protagonista de demasiadas cosas. Ya busco ser importante y el centro de atención en cada momento. No quiero robarte la gloria de la pasión.

Tu pasión es tuya, Señor, a ti te pertenece. Es obra de tu amor y de tu honda compasión. Tú tomaste la iniciativa y nos amaste cuando estábamos despistados, cuando éramos enemigos. Nadie te quitó la vida; tú la entregaste por amor. Yo ahora quiero agradecértelo y bendecirte por ello. Cada uno de nosotros vivíamos en nuestro pecado, buscando la gloria y mendigando cariño los unos de los otros. No nos conocíamos ni nos valorábamos hasta que hemos visto tu amor por nosotros en la cruz. Te dejaste condenar a muerte por aquellos a los que ibas a salvar de su inconsciencia. El reo va  a salvar al juez. Déjame alabarte y bendecirte en este viacrucis.

 

  

2ª Estación: Jesús carga con la cruz.

         Comienzas, Señor, a subir la cuesta del Calvario. Me sale del alma la pena pero sobre todo el agradecimiento: Gracias por haber cargado con todos nuestros pesos. En esa cruz que te quebraba iban mis desganas, mis rencores, mi desamor y mi egoísmo, mis trampas y mentiras, mi mala voluntad. También mis heridas, complejos y timideces. No sólo los míos sino los del mundo entero. En ella iban también asumidos todos los terremotos, desgracias, guerras y cataclismos de la historia.

Señor, en este momento estamos sufriendo una dura pandemia. Un  coronavirus está humillando a la humanidad entera. Vivíamos en un estado de bienestar que creíamos estable y permanente. Nos hemos dado cuenta de nuestra fragilidad, de que somos muy vulnerables,  de que sin ti no somos nada. Yo, Señor, quiero que seas mi refugio y mi alcázar. Te alabo y te doy las gracias porque tú llevas la historia, mi historia, y porque tú eres el único que mereces toda nuestra confianza.

 

  

3ª Estación: Jesús cae por primera vez

Gracias, Señor, por esta caída porque así te siento humano. Sufres como yo; no puedes con tus pesos y te hundes mordiendo el polvo. A veces pienso que, como también eres Dios, tu pasión no fue real, no es parecida a la mía, a la de tantos mortales sin esperanza. Pero sí, de hecho muchos disfrutaban al verte en el suelo, no te querían, se vengaban de ti y se reían de tu debilidad. No sabían que se estaban riendo de sí mismos, que tu debilidad era la suya. Tú caíste, Señor, para dar fortaleza y sentido a sus desgracias y desesperaciones. Tu caíste para que nuestras miserias más profundas no nos lleven al infierno sino que se trasformen en gloria al ser salvadas por ti.

Señor te presento a toda la humanidad caída y humillada como tú, por esta pandemia que estamos sufriendo. Los muertos en la soledad y el aislamiento, los que sufren hoy mismo en las ucis y hospitales, los que tienen mucho miedo a la muerte, los que recorren miles de kms. a la búsqueda de una vacuna salvadora porque no quieren morir. Te alabo Señor, porque tú muerdes el polvo pensando en nosotros. Auméntanos la fe que vence al mundo y a sus tempestades en estos días de incertidumbre. Señor, mírame, date cuenta de que yo también tengo miedo.

 

  

4ª Estación: Jesús encuentra a su madre

            Tu madre sí que te entendió, ¿no es verdad, Señor? Nadie de los que te rodeaban y te maltrataban percibía una brizna de tu misterio. Nadie conocía que estabas muriendo en obediencia, que sabías a donde ibas, que no te defendiste porque cumplías una misión. Tu madre, sí que te entendía aunque os mirasteis los dos en la oscuridad de la fe. Seguro que te dijo: “Ánimo hijo, sube hasta arriba, no abandones la cruz”. Y te lo dijo llorando porque no sentía nada, no veía nada, todo era irracional y espantoso, sólo le quedaba la fe. Sólo os quedaba la fe.

Gracias, Señor, por tu fe y la de tu madre. La Resurrección sólo podía brotar de la más honda oscuridad. Es el premio gratuito a una confianza total hasta la muerte y pasando por donde había que pasar. Por tu fe y la de tu madre yo puedo vivir mi historia en fe aunque me tiemblen las carnes, aunque no entienda nada. María te animaba y te decía: “Sigue, hijo, ahí está todo, en esa obediencia total, hasta la muerte, sin entender, en plena oscuridad como un abandonado”. Te pido, Señor, por los que en  esta pandemia no entienden y  mueren o siguen viviendo heridos sin un por qué; dales la fe y auméntasela para que te vislumbren detrás de sus lágrimas rebeldes.

 

 

5ª Estación: El Cirineo ayuda a Jesús

            No es agradable, Señor, ayudar a un criminal o a un malvado. Tú arrastrabas esa apariencia, lo parecías. Por eso el Cirineo huía y no quería echarte una mano para llevar la cruz. Le obligaron los soldados pero lo hacía de mala gana. No sabía que era un elegido, no sabía que sólo para eso hubiera merecido la pena nacer. Cuántos millones de personas le han envidiado a lo largo de los siglos. Cómo me hubiera gustado a mí la suerte que tuvo ese hombre.

Hoy te presento a todos los que han cargado la cruz del coronavirus solos, hasta la muerte; a los que no han podido cuidar a sus enfermos y ni siquiera acercarse; a los familiares, los amigos; también a los sacerdotes que han querido acercarse a la cabecera de los moribundos y no se lo han permitido. Te presento a todos los que han querido hacerse solidarios y cirineos para los enfermos y les ha sido imposible. Te presento Señor a varios amigos míos muy íntimos que han fallecido en esta pandemia.

 

 

6ª Estación. Verónica limpia el rostro de Jesús

            El Espíritu Santo, Señor, tuvo un detalle muy bello contigo. Impulsó a una mujer, a una hija del pueblo, para que te mostrara un gesto de cariño. Intrépida, sin guiarse nada más que por su corazón atravesó el cordón de esbirros que te conducían y limpió tu rostro con un paño. No le importó que fueras un reo ni las acusaciones ni las pretendidas maldades por las que te condenaban. Su corazón te sintió inocente, se vio limpia al pasar tú delante de ella y quiso agradecértelo con ese gesto de ternura.

Señor, yo quiero quererte, quiero limpiarte pero no me atrevo a romper el cordón de los que se burlan y no creen en ti. Me dejo arrastrar por el ambiente de incredulidad que me rodea. No soy capaz de hacer el signo de la cruz delante de otros, no me atrevo a hacer el ridículo por ti. Dejo pasar muchos cristos a mi lado sin que les atienda con un gesto de cariño. Imprimiste tu rostro en el paño de Verónica y, sobre todo, en su alma. Cuántos cristos vemos caminar hacia las ucis y entubamientos por esta pandemia sin poder reaccionar ante su destino, forzados por duros confinamientos. Que, al menos, Señor, demos testimonio de que creemos en tu misericordia como juez de vivos y muertos.

 

 

7 ª Estación: Jesús cae por segunda vez

Si tu caíste al suelo por segunda vez, Señor, es porque nosotros, porque yo, caigo por segunda y tercera y muchas veces más. Tuviste que besar de nuevo el suelo para mi sanación. Te caíste porque estabas destrozado pero tus caídas estaban previstas por mi pecado. Yo no sé si tú sabías la razón de esta segunda caída. Tal vez sí, pero en pura fe y oscuridad. Tu padre del cielo sí que lo sabía bien porque era el que estaba detrás de tu pasión. Lo hacía para que encontráramos perdón en todas nuestras caídas.

Señor yo te alabo y te bendigo por esta epidemia en la que está  sumido todo el planeta. Hemos sido muy orgullosos. La ciencia, la filosofía, el progreso, nos han dicho que tú no eres necesario; que la especie humana se salvará a sí misma; que el superhombre lo dominará todo. Ahora estamos humillados. Parecía imposible que pudiéramos caer desde las alturas a las que el progreso nos había subido pero estamos por tierra, como tú. No dejes, Señor, de compadecerte de nosotros.

 

  

8ª Estación: Jesús habla con las mujeres de Jerusalén

Fueron las mujeres las que más te acompañaron, Señor, y las que más se interesaron por ti. Nos cuenta tu evangelio que te seguía mucho pueblo y muchas mujeres llorando (Lc 23, 27). Tú te volviste y les dijiste: No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos porque vendrán tiempos muy difíciles. Te referías a los hijos de todos los tiempos, de todas las generaciones, también a nosotros. No querías que las lágrimas nublaran nuestros ojos sino que estuviéramos atentos y nos enteráramos del tiempo de tu visitación para que nos viéramos libres del gran pecado que es no reconocerte.

Señor, yo no me he podido despedir de mi marido que ha muerto entubado ni de mi mujer ni de mi madre ni de mi hija ni de mi mejor amigo. Han muerto apestados como leprosos, a los que nadie se ha podido acercar. No les pude decir ni una última palabra de tu parte. Nunca pude imaginar tal cosa. Tú dices que vendrán tiempos difíciles porque no hemos conocido el tiempo de tu visitación. Señor, necesitamos tu Espíritu para sentirte en medio de nosotros, para reconocerte en ese anciano que pide un ochavo en el mercado, sin mascarilla porque no le importa la pandemia, del que no sabemos su nombre porque nunca se lo hemos preguntado. Tal vez, Señor, nos visitabas todos los días en él, eras tú y no nos enteramos, porque teníamos prisa y no nos podíamos detener ni un instante.

 

 

9ª Estación: Jesús cae por tercera vez

            Tu agotamiento, Señor, al caer en tierra por tercera vez era total. En adelante ya no pudiste dar un paso por ti mismo; te llevaban casi a rastras. Estabas muy cerca de lo alto, del lugar de tu muerte pero no pudiste con los últimos metros de la pendiente. La cruz la subió Simón de Cirene. Sin embargo, tu corazón estaba muy vivo. Te regocijaste en tu impotencia, en tu extrema debilidad y tu alma se sonrió delante de tu Padre. Le hiciste desde el suelo un guiño de amor y le dijiste: “Padre, por todos los que tú amas”. El te respondió: “Hijo, no creé el universo para que hubiese estrellas sino para que tú pudieras vivir este derroche de amor”.

Derrama, Señor, tu gracia de sanación y fortaleza, la que mereció esta caída, por todos los que están en los últimos metros de la impotencia: los ancianos en sus residencias, los que no se valen por sí mismos, los que están en silla de ruedas, los encarcelados, los ciegos, los secuestrados por la vida y la sociedad, los aterrorizados estos días por ese virus maligno. Acuérdate, también, de los que están psíquicamente gastados por los confinamientos, la falta de trabajo, de cariño y de interioridad, los que viven en pisos chiquititos, los que no tienen paz en su hogar, los que piensan en el suicidio como única solución. Señor, esta pandemia ha llevado a muchos hasta el extremo. Yo me veo impotente desde este lodazal para acompañarlos y me veo también impotente ante mí mismo. A mí también me da recelo al salir de casa, siento a los demás como agresores potenciales, incluso a los que viven conmigo. Yo también tengo miedo.

 

 

10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestidos

            Señor, todos nosotros te despojamos de tus vestiduras y pusimos tu intimidad a la intemperie. Quedaste completamente pobre pero te cubría la gloria de tu Padre. Por eso tu alma estaba al abrigo de todo mal y nadie te la podía tocar. Tu dijiste: “No tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo”. Es verdad, pueden hacer muy poco. Tu espíritu seguía vivo fortalecido por todos los dones. Dios nunca deja llegar hasta el extremo de la miseria. Todo lo habías perdido, hasta la ropa, pero tú seguías creyendo en ti mismo, en tu verdad, en el infinito valor de tu causa que te llevaba a la muerte. Tu despojo nos infunde valor.

Señor, desde la incertidumbre de esta pandemia, todos nosotros hemos sido despojados de nuestras certezas, seguridades, fachadas. Nos damos cuenta de nuestra fragilidad. Tú te quedaste sin ropa, desnudo ante todos, pero nadie pudo quitarte la fe en ti mismo, en tu misión, en tu verdad. Nosotros cubiertos por nuestras instituciones, nuestro estado de bienestar, nuestra tecnología nos sentíamos seguros. Ahora, acobardados ante un pequeño bicho, haz que conservemos nuestra fe y nuestra confianza en ti que llevas nuestra historia. Haz, Señor, que yo descubra y que acepte el despojo de la vida, de la edad, de los años que pasan, de la pérdida de autonomía y vigor y del miedo a este coronavirus. Te doy gracias porque yo nunca hubiera deseado morir pobre, nunca hubiera amado mis infiernos, si tú no hubieses sido despojado hasta de tus vestidos.

 

 

11 Estación: Jesús es crucificado

            Ni una brizna de misericordia se tuvo, Señor, contigo. Fuiste crucificado como el peor de los malhechores. Hasta los dos bandidos que estaban a tu lado te insultaban, según San Mateo. En esos insultos llegó el desprecio a su colmo. He penetrado por tus llagas, he subido por los agujeros de tus clavos hasta tu corazón. No he visto tu alma porque estaba absolutamente oscura. Pero vi los ojos del Padre y el esbozo de su sonrisa. En ellos sentí la alegría del triunfo y del amor. La muerte, el mal y el pecado estaban a punto de ser vencidos. El Padre me sonrió y conmigo a toda la humanidad pecadora.

Señor, tú has concedido a tu pueblo entender algo de este misterio. Te alabamos, te bendecimos, te glorificamos por tu santa crucifixión. Termina, Señor, la obra, termina de expulsar de este mundo el pecado y el mal. Nadie tuvo misericordia de ti que eres la fuente de toda misericordia. Haz que contribuyamos a erradicar el pecado del mundo amando a los pecadores hasta el extremo, como tú lo hiciste. La peste que nos asola en estos días es un componente más del pecado, cuyo salario es la muerte. Haz que podamos entenderlo así para que este sufrimiento se trasforme en algo trascendente, que no sea solo sufrimiento sino cruz de Cristo en nosotros.

 

 

12ª Estación: Jesús muere en la cruz

            Expiraste, Señor, tu último vigor diciendo: “Todo está terminado; todo ha sido cumplido”. En ese tu postrer aliento se derramó sobre el mundo el Espíritu Santo. El demonio que, hasta hace un segundo, se sentía vencedor, huyó aterrado; muchos muertos resucitaron como signo de vida; el velo del templo se rasgó y todo lo antiguo caducó. Tu muerte empujó a todo lo que se estaba cayendo.

Qué orgullo, Señor, para todos nosotros, qué agradecidos a tu muerte. En ese tu postrer aliento se derramó sobre el mundo el Espíritu Santo. Es verdad, se disiparon los miedos. El diablo que se creía vencedor huyó aterrado. Yo te entrego el sufrimiento de muchos. Te entrego a los más de cien mil cadáveres que han muerto solo en España. Resucitarán contigo. De momento, a los que aún vivimos nos queda el gozo de tu triunfo. Gracias porque en mi alma ya  está vencida la pandemia. No me cuesta, Señor, verte atacado tú también por este Covid 19. Tú te hiciste pecado y con tu maldición hemos sido bendecidos todos. Gracias por siempre, Señor. Te damos gracias por el cosmos entero porque con tu muerte se engendró una nueva creación, unos cielos nuevos y una tierra nueva. Después de la epidemia los disfrutaremos mucho más conscientemente.

 

 

13ª Estación: Jesús es bajado de la cruz

¿Quién ayudó a José de Arimatea a bajarte de la cruz? Juan nos cuenta que en ese momento apareció Nicodemo, tu viejo y nocturno amigo de antaño, con aromas para ungirte. Seguro que estaba María, tu madre, la Magdalena y las otras mujeres que te querían.  Y el propio Juan. El pueblo cristiano te ha imaginado desde siempre en brazos de tu madre acogido por la piedad y la compasión más exquisita. Ningún sacerdote ha tocado tu cuerpo a lo largo de los siglos con tanto cariño como lo hizo tu madre. Estamos en el momento de la máxima piedad y el máximo respeto. Se acabó la pantomima, se acabaron los esbirros y sus burlas, se acabó el furor infernal.

Sí, Señor, ha triunfado la misericordia pero colocando cada cosa en su sitio. Tu muerte no engendra una gracia barata. Hemos sido perdonados por tu sangre pero cada uno de nosotros entenderemos en nuestra alma la parte con la que hemos contribuido a tu crucifixión. La misericordia no diluye la justicia; triunfa sobre ella pero no la suprime. No hay ningún hombre al que no se le revele hasta el fondo su pecado, y eso será su purgatorio o  su infierno. Tú, Señor, no has muerto para fomentar irresponsabilidades. Ha sido todo demasiado serio; tu sangre ha costado un alto precio. A veces la malgastamos despreciando, criticando, murmurando y alejando de nosotros fácilmente a muchos por los que tú has muerto. Haz que entendamos el don de tu sangre y nuestra responsabilidad respecto a ella.

 

  

14ª Estación: Jesús es sepultado

            Inimaginable, Señor, que tú hayas terminado en un sepulcro, como cualquiera de los mortales. Sabemos que eres Dios, pero ¿es que Dios puede morir y ser enterrado? ¿Se puede decir esa frase sin que sea una blasfemia? Sí, se puede decir, aunque en realidad no fue tu persona sino tu humanidad la que murió. Tremendo misterio lleno de consuelo. Murió tu humanidad, la cual, como la mía, tenía alma, vida y corazón; tenía su propia voluntad, sus proyectos, sus apetencias, sentimientos y emociones. Todo lo sometiste, Señor, a la voluntad de tu Padre en un acto de obediencia que te llevó hasta el sepulcro.  Allí estuviste inerme, tendido como cualquier otro cadáver.

Lo más impresionante es que tú, el Justo, si no te resucitan hubieras muerto para siempre. Murió tu humanidad. Por ti mismo no podrías haberte librado de la nada. Tuviste que ser resucitado por el Padre que lo dirigía todo. Esta certeza consuela también mi vida, mi muerte, mi entierro, mi paso por el sepulcro, ya que, como tú, seré también resucitado gracias a ti. Por eso mi cadáver se sentirá a gusto en el sepulcro, junto al tuyo, porque ambos son objeto del mismo designio de amor. Hoy te pido, Señor, de una manera especial por mis compañeros dominicos que han muerto a causa del coronavirus. Su soledad ha sido muy triste para todos. Sus cadáveres han sido enterrados en fe porque ni hemos podido verlos. Alguno fue enterrado después de once días muerto. Todos ellos tenían suficiente fe para resucitar contigo. Pero de una manera especial hoy te pido por los que han muerto con poca fe. Que la luz de tu misericordia ilumine la oscuridad con la que han pasado al otro mundo.

 

  

15ª Estación: Jesús es resucitado

            Tu resurrección, Señor, es el origen del universo. Todo ha sido creado para que ella sucediera. Los millones de galaxias, de estrellas, de soles y planetas, la larga evolución de la vida, la creación del hombre inteligente, todo ha sido planificado para que tú resucitaras. Gracias, Señor, porque en ese plan también fui nominado yo. Todo ha sido en ti, por ti y para ti. Fuera de ti nada ha sido hecho de cuanto se hizo y se hace. Qué maravilla poder entender este misterio desde la fe. Este secreto escondido a través de los siglos sólo puede ser revelado por tu Espíritu en la fe. Ni los ángeles ni el demonio pudieron sospecharlo ni cabe tampoco en conocimiento humano ni de ciencia alguna. Sólo por gracia puede entenderse y disfrutarse.

Gracias, Señor, por tu santa resurrección. El pecado ha sido destruido y la muerte vencida. Se abre ante nosotros el panorama fascinante de la nueva creación. Tú la inauguras, tú eres su primer habitante. Gracias porque en ella culminan todos nuestros anhelos. El mundo del pecado entristece porque ya no es el dueño, ha perdido su peso y atractivo, podemos seguir soñando en una vida nueva. Las puertas del infierno se cierran de temor, sobre el mundo se cierne otro señorío. Tú vives y eres el Señor. Todo el poder ha pasado a tus manos. Lo proclamamos, Señor, te bendecimos, te glorificamos y te damos gracias infinitas.    

 

 

Vialucis en pandemia (Pascua 2022)

 

Índice

1ªEstación: Ha resucitado

2ª Incredulidad de los discípulos

3ª Al amparo de María

4ª Eco cósmico de la resurrección

5ª Jesús se aparece a los discípulos

6ª Señor mío y Dios mío

7ª Aparición a María Magdalena

8ª Jesús camina con los de Emaús                                                                           

9ª Jesús se aparece en Galilea

10ª Jesús otorga el primado a Pedro

11ª Me ha sido dado todo poder

12ª La Ascensión de Jesús al cielo

13ª Pentecostés

14ª Jesús vive

15ª Jesús es el Señor                                                                                   

 

 

1ª Estación: Ha resucitado

Sucedió a media noche. Si hubieras estado durmiendo en el amplio sepulcro, al lado del cadáver de Jesús, no habrías notado nada. Ni el más mínimo movimiento o ruido. Nada te hubiera despertado. Por la mañana, ante tu extrañeza y terror, el ángel del sepulcro te hubiera dicho como a las mujeres: “No te preocupes, no pasa nada, Jesús no está aquí, ha resucitado”.

Es que Jesucristo no resucitó en nuestra creación como Lázaro. Resucitó en la nueva creación. Todo su ser, hasta la más pequeña célula, fue arrebatado a una dimensión nueva. ¡Qué maravilla! Este es el hecho diferencial del cristianismo. Con este hecho comienza la fe. Todo el Antiguo Testamento es preparación para esta fe. El que crea en este suceso fuera de toda lógica y apoyo, cree con la fe que le da el Espíritu Santo, espera y ama por la fuerza del mismo Espíritu. Esto ya es una realidad que pertenece a otro mundo.

Señor yo sé que lo único que me salva es esta fe. Creer en la resurrección limpia mi conciencia, como dice San Pedro (1Pe 4,21). Hazme sencillo para que pueda creer en ello, como los niños. Estamos en pandemia desde hace dos años, prácticamente confinados por temor a un virus que mata. Pese a todo seguimos muy endurecidos. No aceptamos nuestra fragilidad. No oramos, no aceptamos el prodigio de tu resurrección. Algunos se preguntan: “¿Dónde está Dios?” Pero yo digo: Gracias, Señor, porque estás vivo.

 

Para los que quieran orar con el Vialucis

Regina coeli

Reina del cielo alégrate, aleluya.

Porque aquél a quien has llevado en tu vientre, Aleluya.

Ha resucitado según su palabra, aleluya.

Ruega  al Señor por nosotros, aleluya.

 

Gózate y alégrate María, aleluya

Porque en verdad ha resucitado el Señor, aleluya

Oremos

Oh Dios que por la resurrección de tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos por intercesión de su madre la Virgen María, llegar a los gozos eternos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

   

 

2ª Estación: Incredulidad de los discípulos

Se lo había dicho muchas veces el Señor pero tal noticia no cabía en cerebro humano: Tengo que subir a Jerusalén, allí me harán sufrir y al fin me matarán pero al tercer día resucitaré (Mt 16, 21). Estas últimas palabras no impactan ni conmueven a la razón humana. El sufrimiento sí nos concierne pero la resurrección no forma parte de nuestro mundo. Por eso los discípulos, mujeres y varones, seguían a lo suyo. Las unas preparaban los aromas para ofrecerle el último obsequio al gran amigo muerto; los otros, los varones, asumieron el fracaso deseando volver de nuevo al norte, a su tierra de Galilea, y seguir con sus antiguos quehaceres.

Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas (Mt 26, 31). La semilla de la fe no había despuntado todavía pero estaba a punto de brotar. La fe viene de arriba. Eran buena gente, mas sin atisbo de sobrenaturalidad. Les faltaba la luz, por eso se comportaron como humanos. Sin embargo, estaban sin saberlo en el lado bueno de la historia. El Espíritu Santo les iba a reunir y se iban a asombrar al recibir la fe del destino maravilloso que les aguardaba.

Señor, yo te pido por todos los que en esta pandemia mueren sin fe o con muy poca. No dieron importancia a tu resurrección e incluso hasta pudieron reírse de ella. La cultura soberbia y atea del momento les ha jugado una mala pasada. Han estado a punto de entrar en el lado malo de la historia. Gracias por poder orar por ellos. Eres tú Señor, el que inspiras esta oración. Eres tú, el que, como en tu pasión, rogaste al Padre por los que te herían: Padre perdónalos porque no saben lo que hacen, porque no se enteraron de que tu resurrección iba para ellos”.

 

 

3ª Estación: Al amparo de María

Es extraño que María no aparezca entre las mujeres en sus idas y venidas al sepulcro el día de la resurrección. Sin embargo, es normal. Jesús había anunciado varias veces que al tercer día resucitaría. Lo dicen también los profetas del Antiguo Testamento. La diferencia de María es que siempre creyó estas palabras y las guardaba en su corazón. Sus ojos ya estaban abiertos, la experiencia del Espíritu obraba en ella, al menos desde la anunciación, alababa en su interior la obra maravillosa que Dios Padre iba a hacer en su hijo. Ese día llena de gozo oraba y se deleitaba porque todo se iba cumpliendo.

María no necesitaba una aparición. Dialogaba en directo mediante la fe con su hijo resucitado y el Espíritu Santo cubría el sentimiento. Las apariciones eran para los incrédulos tanto mujeres como discípulos. Estos sí las necesitaban. Tenían crisis de ansiedad y no acababan de creérselo porque su espíritu no estaba iluminado. Seguro que aquel día acudieron muchos donde María en busca de su calor y seguridad. En ese momento comenzó ya a ser madre de la Iglesia.

Señor, en estos días de pandemia también nosotros estamos sufriendo crisis de ansiedad. No entendemos ni sabemos cómo puede terminar esto. Nuestra economía y nuestro ánimo se hunden y hay mucha gente sin trabajo, sin pan y sin alegría. Cada uno busca salvación a su manera. Yo te doy gracias porque siento la protección de tu madre. Te pido Señor, y todos los que entren a este vialucis también, que descubramos siempre a tu madre como auxilio en todas nuestras aflicciones.

  

 

4ª Estación: Eco cósmico de la resurrección.

Mateo, y los otros dos evangelistas sinópticos, nos hablan de la repercusión cósmica de la muerte y resurrección de Jesucristo. No fueron acontecimientos interiores, objetos de una fe intimista, lejos de la realidad humana. No. Jesús fue un ciudadano corriente, amado y envidiado, rechazado y vilipendiado hasta la muerte por sus ideas. Los que lo crucificaron fueron poderes fácticos, poderes políticos, sociales y religiosos.

El velo del templo se rasgó, las tinieblas cubrieron la tierra durante varias horas, hubo un terremoto que abrió grietas en las rocas. Resucitaron muertos que entraron en la ciudad después de la resurrección y se aparecieron a muchos. El centurión y los soldados al ver el terremoto se llenaron de miedo y dijeron: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. Había también allí muchas mujeres viendo de lejos el espectáculo (Mt 27, 51). Los guardias del sepulcro, atemorizados se pusieron a temblar y se quedaron como muertos.

Señor, la vida de los que creemos en ti es muy real como fue la tuya. Con tu resurrección quedó consumado el juicio de la historia. Definitivamente la resurrección dio a luz un mundo nuevo y a una tierra nueva porque lo viejo agotó su pecado al crucificarte a ti. Que esta pandemia que padecemos, fruto todavía del antiguo pecado, no nuble el destino y meta final de nuestra carrera. Tú has vencido a la muerte y su aguijón. Todo va a ser superado como parte de un mundo caduco y esa superación comienza ya aquí en medio de la intranquilidad. Que salgamos de todo con la fe mucho más despierta.

 

 

5ª Estación: Jesús se aparece a los discípulos

Al atardecer del primer día, el más importante de la historia, el día en que Cristo fue resucitado, estando toda la casa cerrada por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de los discípulos. Les saludó diciendo: La paz esté con vosotros. No era un saludo litúrgico sino psicológico porque estaban muy nerviosos. No sabían a qué atenerse entre tantos rumores. La paz con vosotros, repitió Jesús, soy yo. Dicho esto les mostró sus manos y su costado.

Para entrar en la dimensión del resucitado se necesita algo más que una aparición. Lo mismo que para abrir una caja fuerte se necesita una clave, así también se necesita una clave para entrar en el rango y en el secreto de la resurrección. Esa clave es la luz del Espíritu Santo. Los que estaban esa tarde allí la recibieron cuando Jesús les dijo: Recibid el Espíritu Santo. Con ello su alma se llenó de gozo y seguridad. Estaban allí todos los más importantes menos uno: Tomás, el apóstol.

Señor, qué alegría más grande la de los discípulos. El Espíritu les hizo entender tus palabras, de las que no habían hecho caso por falta de luz, de que resucitarías al tercer día. Hoy te pido por los que estamos nerviosos y sufrimos ante esta pandemia aunque parece que ya va pasando. Danos paz, tu paz. Danos la luz de tu gracia y la clave para que no nos venza este pequeño virus. Dales también a los científicos y a las autoridades el acierto para conjurar este peligro que tanto nos intranquiliza.

 

 

6ª Estación: Señor mío y Dios mío

Tomás, el apóstol, no estaba con los demás el primer día cuando se apareció el Señor a los discípulos. Trataron de convencerlo pero fue inútil. La discusión iba subiendo de tono hasta el punto de que Tomás argumentaba con palabras de baja estofa: Si no meto mi dedo en el agujero de los clavos y mi mano en su costado, no creeré. A los ocho días estando reunidos en el mismo lugar, y Tomás con ellos, se volvió a aparecer el Señor.

Después de darles de nuevo la paz, se dirigió en directo a Tomás como si hubiera sido partícipe de la discusión: Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino fiel y creyente. Tomás contestó: Señor mío y Dios mío. Esta corta oración es la más bella de toda la Biblia. Me imagino que el Espíritu Santo le puso de rodillas porque esta confesión de la divinidad de un hombre, solo en altísima adoración se puede hacer. Aquí hay una revelación portentosa. A los demás discípulos seguro que se les cortó la respiración del alma.

Señor, yo también te adoro y repito la oración: Señor mío y Dios mío. Mi alma quiere también ponerse de rodillas durante un gran rato. ¿Cómo dudar después de escuchar esta inmensa revelación? ¿Cómo puedo sentirme dolorido por los amigos que se me han ido a causa de este coronavirus? ¿Cómo puedo dudar al escuchar cosas de la pandemia? Ya noto que tú me acercas tu mano y tu costado para que yo meta en ellos mis dedos y mi mano. Cuántas palabras de baja estofa he pronunciado en estos años que llevamos de confinamiento y peste. Gracias Señor porque tuviste compasión del incrédulo Tomás y de mí también.

 

 

7ª Estación: Aparición a María Magdalena 

Jesús tenía un cariño muy especial a María Magdalena de la que había echado siete demonios, lo cual quiere decir, que había sido una gran pecadora. Ella le respondía con un apego y una sensibilidad femenina fogosa y refinada. Los evangelistas no se enteraron de esa amistad a excepción de Juan que era también íntimo del Señor. Por eso los otros evangelios no individualizan a María, la incluyen entre las mujeres. Juan sí. Juan, que fue el último que escribió, nos dice que se apareció a Magdalena, solo a ella, la primera, antes de amanecer. Ella fue la que bajó a avisar a Pedro y a Juan de que el sepulcro estaba vacío.

Estos dos después de ver el sepulcro vacío y creer volvieron al grupo. Magdalena subió de nuevo tras de ellos. Y esperaba, sin saber a qué, junto al sepulcro, llorando todo el tiempo. Al cabo de un rato, volvió los ojos y vio a un hombre en el huerto. Creyendo que era el hortelano se acercó a él. “Mujer, ¿por qué lloras? Ella le replicó sin más: “Señor, ¿dónde le has puesto? Entonces Jesús le dijo: “María”. Ella cae a sus pies diciendo Rabbuni, que quiere decir Maestro. En ese momento la luz del Espíritu Santo iluminó a María y entró en el secreto de la fe y de la resurrección. Sin pensarlo más se lanzó a un abrazo ardiente e impetuoso. No sabemos más de ella.

Señor tu resurrección sacó de Magdalena lo más profundo de ella. Sí, Señor, tu resurrección saca de mi inconsciente lo más profundo de él que es el deseo de ti, aunque muchas veces lo olvide. Con tu resurrección el mundo se ensancha. El ser humano, hecho de tierra y de pandemias, se hace sobrenatural superando a la materia y entrando en la realidad del Espíritu. Magdalena se dio cuenta y en adelante solo vivió para esa nueva realidad con la esperanza gozosa de volver a estar contigo en el mundo de los resucitados.

 

 

8ª Estación: Jesús camina con los de Emaús

Sucedió también el mismo día, el más bello y grande de la historia del cosmos. Terminado el sábado y después de tres días de la muerte de Jesús, un tal Cleofás y otro discípulo, abandonaron el grupo, heridos sus corazones por algo parecido a un timo. Se dirigieron andando a Emaús a 16 kms de Jerusalén, es decir, volvían a su vida decepcionados porque esperaban la liberación de Israel y todo había fracasado.

Jesús les alcanzó y se puso a caminar con ellos explicándoles poco a poco las Escrituras. A los desertores les resultaba interesante la conversación. Al llegar cerca de Emaús Jesús hizo ademán de seguir su camino. Cleofás y su amigo le apremiaron: Quédate con nosotros porque la tarde está cayendo y pronto va a oscurecer. Jesús accedió. Al cabo de un rato se sentaron a la mesa. Jesús tomó el pan, lo partió y le dio un trozo a cada uno. En ese instante se les abrieron los ojos y le reconocieron.

Señor, qué alegría poder ver con esos ojos nuevos. No permitas que te juzguemos y juzguemos a tu Iglesia con los ojos viejos, los de nuestra inteligencia y modo de pensar. Haznos comprender que necesitamos la clave del Espíritu, de su luz, para que la fe cambie nuestra vida como a los de Emaús y volvamos rápidos a Jerusalén, a la comunidad donde tú estás. Te doy gracias y te pido para que en nuestra familia, comunidad y parroquia haya cada vez más vida de la buena, de la que lo supera todo con unos ojos nuevos redimidos por tu resurrección.

 

 

9ª Estación: Jesús se aparece en Galilea

            Jesús había dicho a los apóstoles por medio de las mujeres que fueran a Galilea que allí le verían. En efecto, volvieron pronto a su tierra dedicándose de nuevo a sus antiguas faenas. Una noche salieron unos cuantos a pescar entre los que estaban Pedro y Juan. Como estaban desentrenados pasaron toda la noche sin pescar nada. Al amanecer, un hombre desde la orilla les gritó: Muchachos, ¿tenéis pescado? Le dijeron: No. Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. En efecto echaron la red y se llenó de peces: 153 grandes, más multitud de pequeños que devolvieron al mar.

Juan, con la intuición especial que le venía de su amor a Jesús, le dice a Pedro: Es el Señor. Pedro, que estaba desnudo, se pone la túnica y se arroja al mar para ir donde el Señor. Pedro lo necesitaba, la culpabilidad corroía sus entrañas. Le había negado cobardemente delante de una criada. Se acercó pero no pudo tomar la iniciativa ya que Jesús lo tenía todo preparado. En una pequeña hoguera estaba asando un pescado y al lado pan suficiente. Cuando llegaron los de la barca les dijo: Traed de vuestro pescado. Una vez asado les dice: Vamos, comed. Y se pusieron todos a almorzar. Estaban expectantes delante del Señor: seguros pero temerosos.

Señor tu imponente condición de resucitado impresionó y cerró la boca de todos los discípulos, incluso la de Pedro. Comieron en silencio. Los ojos de todos estaban humillados, fijos en el fuego porque tú querías que revivieran la escena en la que Pedro te negó, delante de otro fuego. Tus ademanes eran de confianza y por eso no se asustaron. Pronto se iban a dar cuenta. Señor haz saber a todos los difuntos de la pandemia que te negaron y ya se encuentran contigo, que tu bondad y tu misericordia son eternas. A Pedro se lo ibas a recordar pocos minutos después.

 

  

10ª Estación: Jesús otorga a Pedro el primado

Jesús no recriminó a Pedro ni le recordó su traición. Ni una palabra. Simplemente la hoguera. Le iba a sanar pero la sanación psicológica requiere sus detalles. A Jesús le gusta sanar nuestras heridas poniéndonos en circunstancias parecidas a las del momento que se produjeron. Pedro le negó delante de un fuego ahora va a ser rehabilitado delante de otro fuego.

Jesús dice a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Pedro le contesta: Sí Señor, tú sabes que te quiero. Le dice Jesús: Apacienta mis corderos.– Repite Jesús por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le contesta: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Apacienta mis ovejas.– Insiste Jesús por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció ante la reiteración de Jesús y exclamó: Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Tres veces le negó Pedro, tres veces tuvo que proclamar su conversión.

Señor te doy gracias por la debilidad de Pedro que es mi debilidad. Te doy gracias por un nuevo clima de solidaridad a la que nos conduce el vivir juntos esta peste vírica que padecemos. Solidarios en la debilidad. Tú corregiste a Pedro en su debilidad y a la vez le conferiste la más alta dignidad no a solas sino delante de muchos discípulos. Esta pandemia nos ha demostrado que la humanidad es una en todo el planeta. Ten misericordia de todos porque la debilidad es también patrimonio de todos. 

 

  

11ª Estación: Me ha sido dado todo poder

Impresionante frase pronunciada por un hombre, el hombre Jesús, el resucitado. Como hombre y como resucitado le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, siempre al socaire, claro está de su personalidad divina. Nos redimió en su cuerpo de carne, como dice San Pablo. Su sangre es el aval de la nueva alianza. En el canje, Dios se hace hombre y nosotros participamos de su naturaleza divina.

Mateo nos dice que esta frase la pronunció Jesús en Galilea, en un monte donde les había citado el Señor (Mt 28, 16). Al verlo, le adoraron; algunos, sin embargo, dudaban. Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándolas a guardar todo lo que yo os he mandado. Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo.

Señor, yo quiero hacer de este vialucis un recordatorio de tanto ser humano muerto en esta pandemia. Nos lo comunican con estadísticas oficiales pero la estadística no nos llega al corazón porque oculta el nombre y el alma de cada difunto. No podemos abrazar a cada uno porque se han ido casi todos en la soledad y el anonimato quedándonos solo la estadística. Para ti, Señor, no cuentan las estadísticas. Todos han sido redimidos en tu cuerpo de carne, tú les has recibido uno por uno. Te pedimos por ellos y confiamos en tu inmensa misericordia. Que tu sangre sirva de aval para todos.

 

  

12ª Estación: La ascensión de Jesús al cielo

Es Lucas el que nos cuenta la parte final de esta historia de luz e iluminación en su libro sobre los Hechos de los Apóstoles. Después de las apariciones en Galilea, Jesús les mandó volver a Jerusalén: Mirad yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos del poder de lo alto. La promesa era la siguiente: Juan bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo. Qué maravilla: no una promesa sino la promesa.

El Espíritu Santo es la promesa del Padre. Jesús ya le deja todo protagonismo y se va al cielo. Desde allí nos enviará el Espíritu que es el Espíritu de la Trinidad pasado por la humanidad resucitada de Jesús que nos irá llevando hasta la verdad completa. El amor de Dios pasado por Jesús el resucitado. De cara a nosotros el Espíritu Santo siempre será el Espíritu de Jesús. Es como si fueran la misma cosa. ¡Qué maravilla de humanidad y confianza ya que somos de la misma raza! Desde el monte de los Olivos Jesús se elevó y una nube le hizo desaparecer de su vista. Gloria a ti Señor. Desde ahora acogeremos en nuestra vida tu Espíritu Santo que eres tú mismo en otra dimensión.

Te doy gracias, Señor, porque para mí esta fe de la que estoy hablando no es un mecanismo de defensa. Es vida, mi vida. Tu ascensión me señala el camino. Sobre todo me abre un espacio de esperanza en el que sé que, aunque te hayas ido, algún día me voy a encontrar contigo. Te pido por los que no tienen palabras de vida eterna, por los que no te descubren porque solo viven para sí mismos. Acoge de una manera especial a los que han muerto desconsolados y solos.

 

 

13ª Estación: Pentecostés

A los cincuenta días de la resurrección del Señor la Iglesia, siguiendo al evangelista Lucas, nos pone el día de Pentecostés, el día en que el Espíritu Santo vino a unificarlo todo lanzando a la Iglesia al testimonio definitivo hasta el fin del mundo. Guiados por el Espíritu Santo anunciaremos al mundo que ese Jesús, a quien hemos crucificado, Dios lo resucitó y es el único nombre en el cual podamos ser salvos.

Los apóstoles temerosos y cobardes se refugiaban en un caserón con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos. Aquel día, por la mañana, una especie de lenguas de fuego se posó sobre todos los circunstantes, unas 120 personas, en los que se realizó una conversión psicológica y carismática que les llenó de valor y valentía. Pedro abrió la ventana y le gritó a todo el mundo que ese Jesús, al que habían crucificado ha sido constituido, Señor, Mesías y Juez de la historia. Convertíos a Jesús, seguía gritando, a ese para quien hace unos meses pedíais la muerte a Poncio Pilatos porque le creíais un malhechor, y el que de ahora y en adelante será el quicio de toda fe y salvación.

Señor en esta pandemia tenemos que elegir entre la valentía y el miedo, entre el testimonio y la cobardía. Tu Espíritu es la libertad. Si no lo acogemos, nos refugiaremos en nuestro caserón ante el miedo a la muerte, de lo que se habla poco, y ese otro miedo más sutil y tenebroso, del que no se habla nunca, que se refiere a lo oscuro e impenetrable del más allá. Sin tu trascendencia, nos asfixiamos. Envía, Señor, sobre todos los hombres un pentecostés muy poderoso.

 

  

14ª Estación: Jesús vive

La primera certeza que el Espíritu infunde en nuestro espíritu es la de que Jesús vive, ha resucitado. Es más íntima y poderosa que la que te viene por los sentidos en una aparición. Es la que tenía la Virgen María. Es el inicio de la gran predicación, del kerigma. Algunos contrargumentan diciendo que nadie ha vuelto de la muerte para contarnos algo. Mentira: ha vuelto uno, Jesús. No a la carta, como cada uno quisiera, sino como él ha querido y dejándose ver por unos pocos testigos. A Dios no se le dan órdenes.

Esta certeza es una vivencia o experiencia interior que cambia la vida como la cambió el día de Pentecostés a tres mil personas. Siempre bajo el dominio del Espíritu Santo que no dejará pasar a nadie que viva en su soberbia. El tiempo de reírse de Dios ya terminó. El que tenga esta certeza se da cuenta del gran amor que toda esta historia de salvación ha supuesto. Ha sido un derroche al que todos estamos llamados porque no hay acepción de personas. Es más, Jesús volverá también entre las nubes y todo ojo humano lo verá (Ap 1, 7). Así lo prometió el día de su ascensión: Galileos, ¿qué hacéis? Ese Jesús que acaba de irse, volverá en su día tal como acabáis de verlo marchar  (Hch 1, 11).

Señor, gracias por las vacunas y remedios que nos van llegando  contra el coronavirus. Te doy gracias porque he notado una gran delicadeza y solidaridad entre las enfermeras, los pacientes y los acompañantes. Como que todos estemos saliendo de un pozo muy hondo, de un gran confinamiento. Sin palabras nos felicitamos los unos a los otros de estar vivos todavía. Gracias por el don de la vida. Ilumínanos para que entendamos que esta delicadeza y solidaridad no es más que figura y anticipo de lo que veremos en el cielo cuando tú nos hagas entrar en la vida verdadera.

 

 

15ª Estación: Jesús es el Señor

 Jesús resucitado es el Señor, el kyrios, el que tiene todo el poder y al que se le debe toda gloria. Así lo ha querido Dios Padre, creador de todo.  El gran kerigma, la gran predicación es Jesús vive, ha resucitado, es el Señor, ha sido constituido Juez de vivos y muertos. Y todo esto acontece en un hombre, en una humanidad unida en la persona con Dios. Lo que llamamos unión hipostática. Una vez dijo: Yo soy el día. A Pablo le cegó con un rayo de luz. Si él no ilumina todo será tiniebla.

Pablo, agradecido a esta enorme experiencia, escribió algo que está en el top ten, entre los diez mejores párrafos de la Biblia: El cual se despojó de sí mismo tomando condición de siervo y haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre. De esta forma se humilló a sí mismo rebajándose hasta dejarse matar con una muerte de cruz. Por lo cual, Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el infierno y toda lengua proclame que Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre (Flp 2, 7-11). 

 Señor, yo necesito dueño y mi dueño eres tú. Un dueño absoluto. Con esta pandemia de coronavirus lo he aprendido mejor. Deseo con toda mi alma que este mundo esté bajo tu señorío para que todo tenga sentido, que haya un Señor de todas las cosas ante quien se doble la rodilla en los cielos, la tierra y los abismos. Tú, Señor, que nos conoces, nos has dado a tu hijo Jesús como dueño y lo resucitaste para asumir la creación entera bajo su dominio y señorío. Me encanta doblar mi rodilla ante él. Un hombre con personalidad divina es el sentido último de la creación. Gracias porque me has dado la vida para que yo también pueda participar de estas maravillas.

 

Chus Villarroel OP