60. Una larga espera. Por Chus Villarroel            

Alguien ha dicho que de esta pandemia saldremos retratados todos. A unos les servirá de vacuna para no recaer en la vida insulsa que han llevado hasta ahora; otros, en cambio, saldrán tan idiotas como entraron, sin enterarse de nada. Idiota en griego significa privado, uno que se mira a sí mismo, que no aprende nada de las circunstancias. Yo no sé si hay muchos idiotas en la sociedad actual. Espero que no. Al menos aquí en España parece que todo el mundo tiene su filosofía y modo de pensar al verlos gesticular por las calles.
Yo lo que creo es que estamos en una sacudida muy fuerte y real. Llevamos desde el 14 de marzo bajo el estado de alarma, confinados en nuestras casas. Hoy 13 de mayo parece que el ambiente empieza a distenderse. Las estadísticas van bajando. Ahora estamos en torno a los 150 muertos diarios cuando hemos tenido muchos más. El pico se alcanzó con 950, sin contar los fallecidos en las residencias y domicilios particulares.
Otra palabra que he oído bastante estos días, de origen psicológico, es distopía que es lo contrario a utopía. Vivíamos en un mundo utópico, como en Babia, al cual nos habían acostumbrado la cultura, el cine, el estado de bienestar y otras ensoñaciones,   pero que ahora se han encontrado con una distopía profunda que nos enfrenta con nuestra realidad real, como son miedos, inquietudes, depresiones. Yo creo que aquí en España ha llegado el sentimiento muy profundo. Cuando teníamos cerca de mil muertos diarios y todos íbamos conociendo a algunos, entró de verdad un miedo en cuerpo y en el alma y un desconcierto grande.
Ahora, después de dos meses de confinamiento, nos vamos liberando un poco de la angustia de la encerrona, que no es tanto de la encerrona, como del miedo a la muerte o, por lo menos, a una pasada por el hospital. Oímos continuamente que los entubamientos, las ucis, los largos tratamientos, unidos a grandes soledades e impotencias, han sido muy duros para muchos. Aún siguen pero, gracias a Dios, menos que antes. Estos relatos han logrado crear impacto social. La sociedad se lo está tomando en serio ante el asombro, porque todavía estamos asombrados de que en pleno siglo XXI, puedan suceder estas cosas cuando todos los augures de la ciencia y del progreso nos habían gritado que ya no más. “Dios ha muerto, ahora llega el superhombre”.
De frente solo tenemos el futuro. Hoy por hoy, nadie sabe nada. Seguimos en un momento tan delicado como hace dos meses. Esperamos una vacuna con más ansia que los judíos al Mesías. Al menos un tratamiento eficaz. Están todos los laboratorios de mundo trabajando de sol a sol para darnos una buena noticia. Pero nada. Comenzamos lo que llaman la desescalada para volver en lo posible a una “nueva normalidad”. El temor a los rebrotes, sin embargo, planea sobre el ambiente y hace que vayamos como pisando minas con miedo a la explosión. A la vez, por otra parte, está el hundimiento económico, los millones  de parados, las empresas que tal vez no abran más, los que no han recibido ni un euro en tres meses. El miedo nos acosa por las cuatro esquinas.
Para mí personalmente estos dos meses de confinamiento no han sido demasiado pesados. Le he sacado gusto a la celda, me he liberado de muchos trabajos y agobios, nadie ha tirado de mí para nada. En algunos ratos me parecía imposible tanta paz. Comencé a escribir medio en broma pero me fui metiendo y he conseguido compartir hasta sesenta charlitas. Para hacerlo he necesitado concentrarme, rezar, interiorizarme y preocuparme mucho de los demás. He intentado superar lo macabro y espectral de la pandemia con perspectivas de trascendencia, intuyendo a Dios detrás de cualquier suceso.
Ahora me aguarda, como a todos, una larga espera. Habrá que practicar la virtud de la longanimidad. Ánimo largo y diuturno. Tengo la sensación de que en algún quiebro del camino me puede atrapar el Covid. Por mi edad, mis patologías previas, mi falta de defensas, mis plaquetas y otras muchas cosillas, hacen de mí una presa relativamente fácil para ese patógeno. Soy riesgo puro. Si es así, marcharé solidario con tantos como han caído y otros que irán cayendo. Mi temor de otras épocas convertido en don, ha fecundado mi esperanza y me hace marchar con suficiente paz a mi última meta. Lo demás lo hará la Virgen con Jesucristo en lontananza. El don de saber que la casa está encendida, que todo culminará en un encuentro amoroso, es algo impagable.
La sensación, mientras sigue el guirigay político, es de que España está cumpliendo. Me habita el regusto de que España es un país serio. Hemos cumplido bien lo que nos han mandado y los pocos que se han desmandado, además de la multa, nos han confirmado aquello de que la excepción confirma la regla. Ahora toca una recuperación que puede ser lenta y con altibajos. La gente clama a Cáritas. Hay muchas familias que tienen a todos en paro, otros con ertes pero todavía sin cobrar nada y otros con el puesto de trabajo en vilo. Hay hasta cierto temor de que pueda haber algún movimiento social ya que un hombre que no tenga nada que dar de comer a sus hijos antes del tercer día sale a la calle.
¿Volveremos a las andadas? Habíamos conquistado un equilibrio económico eficiente pero muy endeble. El primer contratiempo serio lo está haciendo tambalear. Estábamos tan orgullosos de nuestro estado de bienestar contra el que nadie podía atentar y resulta que un virus, si aprieta un poco más, va a ser capaz de destruirlo de raíz y habría que volver a la época del arado y del trueque.  La sostenibilidad del bienestar   va a depender en el futuro de muchas cosas, entre otras dependerá de lo que el bicho decida quedarse a vivir entre nosotros. Más nos vale buscar un rearme moral que nos ayude a pasar los largos tragos que nos esperan en una larga espera. La humillación está servida. Desde esta postración uno se da cuenta de cuánta falta de humildad y de cuántas sandeces se han dicho desde la ilustración hasta ahora.
Como digo esta será la última charla que escribo, al menos por ahora, porque nunca se sabe. WhatsApp me ha censurado ferozmente. Trataré de publicarlas en un librito al alcance de todos los bolsillos. Un abrazo virtual ya que el carnal lo tenemos prohibido.