58. Don de temor. Por Chus Villarroel

El don de temor es uno de los dones que enumera Isaías en su capítulo 11. Visto de repente choca su enunciado porque parece que el temor no debería ser don sino defecto a eliminar. De hecho, normalmente a la gente no le suena bien. Si se habla del santo temor de Dios uno ya se interesa un poco más e intuye que hay contenido escondido que no aparece en el titular. Así es, el don de temor hay que explicarlo porque si no, ni lo pedimos ni lo deseamos.
Este don como los demás actúa en pareja. Lo que pasa es que respecto a la pareja del don de temor no hay unanimidad entre los teólogos. La mayoría cree que este don viene a ayudar a la templanza, una virtud que modera la concupiscencia de la carne sobre todo en la lujuria, en el comer y en el beber. Santo Tomás de Aquino no está de acuerdo con esto. Dice que sí, que es así, pero como objeto secundario del don. La pareja con la que debemos de unir al don de temor para él es la esperanza.
Esto ya suena un poco más. Porque de esa forma ese don nos devuelve al rango de la virtud teologal que nos une directamente con Dios. Los dones que no actúan con una virtud teologal, es decir, con la fe, la esperanza o la caridad, no tienen el calor y la profundidad de lo divino. Si el don de temor solo moderara la virtud de la templanza sería un don moral lo cual es una contradicción. Sería un removens prohibens, o sea, algo para quitar estorbos en el camino hacia Dios.
Yo sigo a Santo Tomás porque nos eleva de nuevo a lo alto, al calor de lo divino. Además, la esperanza bien merece hacer pareja con alguien porque hasta ahora la teníamos soltera. Espero que os sepa explicar las relaciones que tiene esta pareja que forman el don de temor y la virtud teologal de la esperanza porque no es demasiado fácil. Me ilusiona hacerlo porque me parece muy bello pero necesito tener el bisturí bien punteado.
Comienzo con el temor. Tiene cuatro fases como la desescalada del coronavirus:
1º Temor de atrición, que obra por miedo a la multa, al castigo, al infierno
2º Temor servil o legal. Respeto a la ley o al superior por la cuenta que me tiene.
3º Temor filial. Siento que Dios es bueno conmigo, como un padre. No quiero perderlo.
4º El temor se une con la esperanza y deja de existir. La esperanza lo absorbe. Ahora bien, en esta unión el temor desaparece, mas la esperanza queda enriquecida de tal manera que solo desea a Dios y la felicidad del cielo. Ya no desea ninguna otra cosa. En esa unión culminan la virtud y el don.
Yo no sé si estás de acuerdo con esta teología. A mi me parece genial. Yo creo sentir en mi un tenue esbozo experimental. Creo que he pasado por las cuatro fases del temor. El temor filial todavía lo sigo formulando con la siguiente frase: “Cualquier cosa menos perder a Jesucristo”. Este temor filial que ya no es miedo al castigo sino a quedarte sin padre, ya es un alto grado de unión porque ya existe el amor y éste siempre une. Los tres primeros grados del temor se miden por el amor o su carencia. En el cuarto grado es donde se encuentran y se unen el amor y la esperanza, la cual en los primeros, apenas aparece. Al don de temor le pasa como al zángano de la colmena que después de fecundar a la reina, muere.
Para que se de el cuarto grado es necesario que suceda una experiencia del Espíritu fuerte de tal modo que el actuar religioso dependa del Espíritu Santo. Cuando el don tiene este calibre y este rango está capacitado para trasformar a la esperanza en algo nuevo y diferenciado. El objeto de la esperanza siempre será el bien. Aspira a lo que para ella es bueno. Si el entendimiento le presenta el placer como bien supremo la esperanza será lo que va a desear. La esperanza como el amor son ciegos desean lo que se les propone o bien por la pasión o bien por el entendimiento.
Por eso cuando el don del Espíritu actúa sobre la esperanza le presenta como bien supremo a Dios y, cuando la esperanza está convencida, desea el bien que es Dios y todas las cosas divinas, como el cielo, la vida eterna, la supervivencia, el gozo con los bienaventurados y todo lo que se vive en esa dimensión. A este nivel la esperanza no está interesada en los bienes de este mundo o por hastío o por falta de contenido sobre todo en comparación de lo que ya ha hecho su ideal que son los bienes de arriba.
Este maridaje entre el don y la esperanza se entiende mejor cuando la experiencia del Espíritu te ha hecho comprender la gratuidad de la salvación en la sangre de Cristo Jesús. Si él ha cargado con todos tus pecados y los ha clavado en su cruz, el temor ha perdido su objetivo. Estás perdonado; no tienes nada que temer. Dice Hebreos: Donde hay remisión ya no hay ofrenda por los pecados (Hb 10, 18). No tienes que ofrecer nada a cambio, siéntete perdonado. Si es así, el espacio religioso va a ser ocupado totalmente por la esperanza. Si el veredicto está cumplido, nadie te podrá recondenar.
Hace unos años murió una mujer llamada Concepción Andreu. Iba a cumplir los 103 años. Estaba en una residencia de ancianos. Un domingo de ramos la desahuciaron y hubo que sacarla de la residencia. Oficialmente ya no la atenderían más. Gracias a Dios le permitieron estar en una sala adyacente al cuidado de su familia. Esta mujer había vivido toda su vida no con temor sino con terror al juicio, porque se veía condenada. A los 81 años recibió el bautismo en el Espíritu en el grupo de oración Maranatha. Su cambio fue radical. Entendió a Jesucristo salvándola en la cruz de todos sus pecados que tanto la habían hecho sufrir. Su terror se convirtió en don y sus años en esperanza. Murió el jueves santo. En esos días ya no vivía en esta tierra. Superado todo temor fue posesionada totalmente por la esperanza por lo que solo deseaba el abrazo de su amado, como ella decía, sin importarle absolutamente nada las condiciones de desatención en las que se encontraba. Todos los que pasábamos por allí sentíamos su esperanza hecha deseo acuciante de Dios. En estos casos suceden cosas y allí sucedieron varias por las que ella había rezado mucho en la vida.