55. Don de ciencia.Por Chus Villarroel

Yo fui muy amante de la naturaleza desde pequeño. Los seis primeros años de mi vida los viví en Asturias, en un pueblo llamado Olloniego, donde estaba destinado mi padre que era Guardia civil. Allí descubrí el laurel, primer árbol que conocí. Tengo también el recuerdo de un arbusto muy grande que se llama saúco y que se llenaba de caracoles después de llover.

A partir de los seis años viví, el tiempo que estaba con mis padres y no con mi abuela, en otro pueblo de la Provincia de León que se llama Sahagún de Campos. El cuartel estaba como empotrado en unas ruinas muy antiguas de un famoso monasterio que hubo en época medieval. Ahí mi padre puso gallinas, palomas y abejas. Estos animalitos constituyeron mi delicia hasta que tuve que marchar de interno a un colegio para poder estudiar algo más que la primaria. A mi padre le encantaba asociarme en todas sus aficiones con lo cual yo disfrutaba lo indecible.

El don de ciencia nos enseña a vivir estas cosas desde la fe. La pareja pues la forman la ciencia y la fe. Con otras palabras el don de ciencia viene a potenciar la fe pero no en los contenidos que hay que creer, que eso lo hace el don de inteligencia, sino desde la creación y las cosas que en ella suceden. Se trata de ver a Dios en todo lo creado, en todo lo que acontece. Verlo en los hombres, en la historia, en los gozos y en las desgracias. Verlo también en la naturaleza, en sus criaturas, en los campos, en las flores, en lo bello, en lo bueno y en lo que creemos malo.

Aquí la palabra ciencia no se refiere a ningún conocimiento intelectual o científico sino experimental y sabroso. Decía San Pablo de la Cruz, fundador de los pasionistas, en sus paseos: “Callad, callad, florecitas, que me matáis de amor”. Este hombre tenía ciencia, es decir, experiencia del lenguaje de las flores.

Hay una ciencia o experiencia natural de los hechos de la creación. Unos son luctuosos como el del actual coronavirus. Lo que vemos en esta pandemia dependerá mucho de cómo esté el corazón de cada cual y cómo se deja actuar. Unos lo verán como una desgracia, como algo que hay que quitar de encima; otros lo verán como castigo, como una limpieza o catarsis que nos viene muy bien para reequilibrar desajustes. Otros lo aguantan estoicamente y piensan no en sí mismos sino en otros a los que les viene bien este parón. Algunos lo tomarán como voluntad de Dios y se someterán a lo que venga. Otros en lo más alto del don alabarán al Señor por su grandeza, porque todo lo hace bien y porque es suyo el destino de la historia teniendo claro que todo es para bien.

De suyo el objeto principal del don de ciencia es el hombre y su historia sobre todo la historia de la salvación, ver a Dios en ella y desde ella. Su principal objeto, por tanto, es Jesucristo, el Resucitado, como sabiduría de Dios, en quien el Padre se ha inspirado para crear todo lo creado. El don no solo ve lo bello y grande sino la kenosisdel hombre en la cual va incluida la bajada de Jesucristo a nuestro pecado y a nuestros infiernos para sanarnos y liberarnos. Como objeto del don encontramos también a todo lo creado de una manera especial en su lado bello. La contemplación de Dios desde ahí aumenta nuestra fe, la encarna y la reviste de hermosura y esplendor. Ver el mar, mirar los ojos de un niño, sentir el cariño de alguien, son tres momentos que saben a eternidad. Igualmente, el amor humano, el consuelo del Espíritu y la ternura de una madre, son bellezas que solo de Dios pueden venir.

Mil gracias derramando

pasó por estos sotos con presura.

Y yéndolos mirando

con sola su figura

vestidos los dejó de su hermosura.

El pecado contra este don, el antidón, es despreciar el amor de Dios, juzgarle porque se murió tu hijo, deprimirse porque no van bien las cosas, buscar la belleza fuera de la sabiduría, la frivolidad y la banalidad, el consumismo, la lujuria, reírte del pobre, poner tropiezos al inocente, no ver la ternura con que Dios miraba al hijo que has abortado, hacerte el sordo frente al hambre y el mal en el mundo, explotar y aprovecharte del prójimo.

San Francisco a los 44 años, ya ciego, le cantaba al señor desde el fondo de su alma:

Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor,

tuyas son la alabanza la gloria y el honor;

tan solo tú eres digno de toda bendición

y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.

Loado seas por toda criatura, mi Señor

y en especial loado por el hermano sol,

que alumbra y abre el día y es bello en su esplendor

y lleva por los cielos noticia de su autor.

Santo Domingo de Guzmán vivió este don de una manera especial en el amor a las mujeres. Tuvo gran confianza con ellas y ellas con él. La Orden de los dominicos se fundó primero con nueve chicas jóvenes que entraron en un monasterio de la mano de Santo Domingo. Diez años antes que vinieran los varones. Diana de Andaló, una chica joven de Bolonia, quiso ser dominica antes de que hubiera allí convento femenino. Santo Domingo le dio la profesión delante de toda la comunidad de frailes, ya numerosa. De ahí nació lo que se llamafamilia dominicana. En los ocho siglos de existencia ha habido una relación muy estrecha entre la parte femenina y masculina de la Orden, ciertamente muchas veces para reñir, pero con gran cariño, como riñen los hermanos.