53. Don de Inteligencia. Por Chus Villarroel

La primera gracia que Dios me regaló al nacer fue hacerlo en una cultura y en una tierra donde se aceptaba como natural la existencia de Dios. Si hemos de decir verdad, la inmensa mayoría de las culturas humanas aceptan esta verdad que le entra a uno por los ojos nada más abrirlos. San Pablo dice que los que no aceptan esto son inexcusables y solo lo hacen porque quieren aprisionar la verdad en el error (Rm 1, 20).
La segunda gracia fue la de recibir el bautismo y ser educado en la fe de la Iglesia católica. Lo recibí de niño y como es evidente no me enteré de nada pero he tenido 85 años para pensar en ello y agradecerlo profundamente. En el bautismo recibí como en semilla la fe, la esperanza y la caridad que me iban a unir con Jesucristo para siempre. En esa fe fui educado y en ella enraicé las decisiones más importantes de mi vida, una de las cuales fue la de hacerme sacerdote dominico.
La fe fue creciendo en mí al compás que marcaban los años y los acontecimientos, sin grandes traumas ni contrariedades especiales. Crisis sí. Esas crisis que te van haciendo consciente de las cosas y te ayudan a tomar poco a poco el timón de tu propia vida. ¿Tuve crisis de fe? Si, pero no demasiado profundas porque nunca encontré intelectualmente algo mejor y eso que fui un hombre muy abierto a los cuatro vientos. Es cierto que durante muchos años la viví con bastante frialdad anegado por las cosas del mundo y de la vida que me atraían fuertemente.
El don del que hablamos en esta charlita es el de inteligencia. Tiene como cometido precisamente iluminar y potenciar en la vida del cristiano la fe que recibimos en el bautismo. En todos los dones, como hemos dicho, se necesita pareja. Aquí la pareja está formada por la fe y por el don de inteligencia. La fe por sí sola, vivida al modo humano que es el racional y teológico, nunca llegaría a superar ese estadio. Necesita ser aupada por el don de entendimiento o inteligencia que es un soplo del Espíritu que te hace ver lo que tú nunca verías por ti mismo. La Magdalena nunca hubiera distinguido al Resucitado del hortelano y Tomás tampoco hubiera imaginado caer de rodillas ante un hombre divino y proclamar: “Señor mío y Dios mío”. Esta oración, la más bella, es el efecto más claro que podemos tener del don de inteligencia. Ambos necesitaron la luz del Espíritu para pasar al nivel del don donde ya vieron a Jesús con otros ojos.
Pues bien, por la gracia de Dios yo he experimentado esta potenciación en un momento muy determinado de la vida y fue con una fuerte experiencia del Espíritu Santo que recibí al entrar en la Renovación carismática. Recibí una serie de contenidos vitales que transformaron mi vida. Como a Magdalena, Tomás y los de Emaús se me dio a experimentar en fe que Jesús vive, que ha resucitado, que solo en su nombre nos salvamos, que es juez de vivos y muertos. Si este don de inteligencia no me llega gratuitamente como me llegó, nunca hubiera entendido nada de lo que estoy escribiendo. No hay paso automático entre el nivel humano y el del don.
¿Qué mérito tengo yo en todo este proceso? No encuentro ninguno a no ser el de dejarme trabajar y ser suficientemente niño, poco aferrado a mis ideologías y pensamientos. No encuentro otro, porque ni mi conducta ni mi eficacia me recomendaban por encima de la media de mis coetáneos. Mi fe endeble y volandera necesitaba un chute y un empujón para llegar a las verdades más profundas del cristianismo que constituyen el kerigma es decir la predicación primitiva. Yo llegué a ello de manos del Espíritu Santo no de mi valía o recomendación.
La carta a los Hebreos (11, 1) nos dice que “la fe es la garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”. Es garantía, no evidencia. Entraña un acto de entrega a lo desconocido, a lo que nosotros no sabemos ni podemos prever, a lo que supera toda razón e inteligencia. Si la fe tuviera pruebas apodícticas sería ciencia, no fe. Cuanto más he creído en mi vida más me he dado cuenta de que no solo es un acto de comprensión sino de amor también. Creer en Dios contra toda esperanza es amarle y fiarte de él del todo.
El padre de los creyentes fue Abrahán porque fue capaz de fiarse contra toda evidencia y toda esperanza de que iba a tener un hijo a los 100 años fuera de toda norma y racionalidad. Esta entrega se libra del masoquismo y del fideísmo tontilán, porque el que te hace creer te va dando pruebas de verdad y de hondo equilibrio humano en el resto de tu vida. A mí la fe me ha construido como persona y me ha hecho fecundo a mi manera. A Abrahán Dios le sostenía con varias promesas entre ellas la de la fecundidad universal: “En ti serán bendecidas todas las razas de la tierra”. El cristiano, por tanto, no es un guiñol a merced de cualquier viento.
Es al revés, precisamente. Si el hombre no pasa por la fe no saldrá jamás de sí mismo y de su racionalidad. Nunca verá al Resucitado ni a la resurrección y le confundirá con cualquier otra cosa. Tampoco le experimentará nunca. Porque la fe no son solo unos contenidos que se pueden teorizar sino sobre todo un poder que se puede experimentar. La fe nos abre un espacio de vida eterna en la resurrección pero también una experiencia poderosa en esta vida.
Hay una fe, llamémosla carismática, taumatúrgica, que actúa y hace experimentar el poder de la resurrección en nuestras vidas. Jesús se refiere a ella cuando dice: Si tuvierais fe como un granito de mostaza le diríais a esta montaña muévete y plántate en el mar y lo haría. Aquí el don de inteligencia tiene que soplar muy fuerte sobre todo en tiempos como estos en los que se intensifica la dureza de corazón contra  todo lo que no siga ciertas pautas ya muy interiorizadas por la sociedad. Evidentemente la fe siempre estará ahí y seguirá siendo un principio de contradicción contra la que nadie podrá.
Sería maravilloso que mucha gente saliera de esta experiencia de coronavirus, tan cruel como está siendo, más blandos y necesitados de una fe salvadora. Lo que no podemos es dejar de anunciar a Jesucristo porque solo en su resurrección se puede encontrar algo que no sea mortífero. Una encuesta en este sentido cuando termine la pandemia sería de lo más interesante.