52. Don de sabiduría. Por Chus Villarroel

Mi madre fue una mujer muy creyente pero no demasiado religiosa. Ni era beata ni nunca se inmiscuyó en las cosas de los curas y de las sacristías. Tenía cariño por la fe que le habían inculcado de pequeña y me los trasmitió a mí que soy el mayor de ocho hermanos. A los otros siete supongo que también.
Yo salí a ella. Un chico respetuoso pero muy poco piadoso, extrovertido y aficionado a casi todo, menos a las sacristías. Lo que sí le gustaba a mi madre, aunque casi nunca me habló de ello, era tener un hijo sacerdote. Por eso, a los siete años ya era yo monaguillo e hice la primera comunión. Quizás siguiendo la estela y el impulso de mi madre me hice también sacerdote dominico.
Como digo fui un niño y un adolescente bastante secularizado. Admiraba a los chicos piadosos que oían la misa con misal. Nunca me vino a la mente el tema del amor de Dios, aunque sí estaba identificado con la fe que me dieron de pequeño. Esto lo fui notando en las crisis que tuve o cuando veía a alguien que atacaba “mis principios”.
En este articulito quiero hablar del don de sabiduría. Para entender algo es necesario saber que nosotros nos unimos con Dios mediante la fe, la esperanza y la caridad, cuyas semillas las recibimos en el bautismo. Caridad y amor es lo mismo. Lo específico cristiano es la fe en Jesucristo, la esperanza en Jesucristo y el amor a Jesucristo. Al Cristo de la fe, al resucitado, al mismo de Magdalena, Tomás y los de Emaús. Hablo, por tanto, de una unión vivencial o experimental, que es capaz de decir con el alma: “Señor mío y Dios mío”.
Estas tres vivencias o virtudes que nos unen con Cristo y por eso se llaman teologales, necesitan ser potenciadas para llegar a la máxima altura porque están siendo zarandeadas por la vida. Para eso necesitamos de los dones. Las virtudes necesitan ser potenciadas y fortalecidas por los dones y por eso siempre andan en pareja. La pareja de hoy es el don de sabiduría que viene a potenciar la virtud del amor o caridad. Nunca experimentaremos a Cristo en alto grado si no es mediante el amor potenciado por el don de sabiduría.
Yo esto lo entendí cuando el Espíritu Santo me abrió personalmente los ojos como a Magdalena, Tomás y a los de Emaús. Recibí el bautismo en el Espíritu, un pentecostés personal, un algo a lo que todos estamos llamados. El Espíritu me llevó a Jesucristo resucitado. Cuando sentí cómo el Espíritu Santo actuaba en mí, entendí el lenguaje del amor. Me di cuenta de que no se trata de que yo ame a Jesucristo sino de que experimente que él me amó primero.
Con esto quedó centrado el amor en mí. Día tras día el Espíritu con su don me hace entender que Cristo me ama y me salva gratuitamente y lo que me toca a mí es responder a ese amor. Ya estoy liberado del intento pelagiano de amar yo a Cristo desde mí y con mis propias fuerzas. Nunca lo podré conseguir. No es ese el camino. Debemos, por tanto, todos buscar la experiencia del Espíritu que te dará los dones, en este caso el de sabiduría, para que el amor de Cristo vaya sucediendo en ti cada día más.
El amor es algo que yo recibo de arriba. Soy amado, perdonado, gratuitamente salvado, sin merecerlo, sin que haya hecho nada, solo porque Dios es bueno. Podía haberme pasado la vida entera tan tranquilo sin enterarme de nada de eso o, más bien, creyendo que era una buena persona y que me merecía un juicio particular cum laude después de mi muerte. Y no me había enterado de la misa la media. Me iría sin haber creído en Cristo, en su poder, en su amor hacia mí y hacia todos los hombres. No me habría enterado de su sacrificio ni del poder de su sangre.
Una pregunta: ¿Por qué el don específico para potenciar esta experiencia de amor es el de sabiduría? ¿Por qué se llama así? En primer lugar, no se trata de una sabiduría racional o científica, sino experimental y sabrosa. Yo puedo conocer una manzana o estudiándola o comiéndola. Aquí nos referimos al conocimiento del comer. Yo puedo conocer muchas cosas sobre Jesucristo pero para que la persona de Cristo llegue a mí tiene que ser por medio de un amor experimentado. De esta sabiduría experimentada se trata. El don se me da para que mi acogida a Jesucristo sea total, para que llegue a la máxima intimidad con él, para que mi amor a Jesucristo sea totalmente sabio y sabroso. Mis facultades humanas no dan para mucha intimidad espiritual. En cambio, con el don, no hay nada más sabio, sabroso, gustoso, delicado y apetitoso que el amor de Cristo.
Una segunda vertiente de la caridad es hacia el prójimo que entra también en el mismo don. Yo tengo que dar a los demás lo que gratuitamente he recibido. No hace falta hacer mucho esfuerzo porque el propio Espíritu Santo nos empuja a ello. ¿Cómo? Siguiendo el impulso del mismo Espíritu. Alguien tendrá que dedicarse a cuidar a su madre enferma, otros a los ancianos, a los perseguidos o encarcelados, a los que tienen hambre, a los pobres en sus diversas y múltiples facetas. Otros tendrán que servir a los demás en el carisma del estudio o de la predicación o del gobierno o de tantos y tantos carismas como las necesidades nos irán poniendo delante.
En esta pandemia se está honorificando de una manera especial al colectivo de los sanitarios por el aluvión y el sobreesfuerzo que han tenido que aguantar. Cada uno lo habrá hecho como su corazón se lo haya dictado. Unos lo harán con el don de Cristo pero también hay muchas personas ateas o agnósticas que hacen lo mismo. Sabemos por los evangelios que Cristo está en muchos lugares, trabajos y esfuerzos donde parece que no está. El juicio de cada caso es suyo. Lo que si está claro es que si tu dedicación es cristiana dejará huella de Cristo por donde pase. ¿Dónde está el corte, la raya, la frontera entre lo cristiano y lo no cristiano? Yo no lo sé. Me imagino que será, al menos, donde no se olvide ni se rechace a Cristo. Mi consejo es que, si eres cristiano, procura hacer tu trabajo desde el don porque además de lo técnico llegarás a la gente con el poder de la resurrección que es con el que actúan todos los dones. ¿Qué tienes que hacer? Antes del trabajo rézale una oración cortita al Espíritu Santo diciéndole que actué él en ti.