50.Hablar con autoridad.Por Chus Villarroel

Hay un carisma muy importante para que crezca una comunidad y se vaya configurando según la voluntad del Señor, es el carisma de hablar con autoridad. No se trata de la autoridad que da el mundo debida al modo, a la preparación o al talante del que dirige sino de la que viene de arriba. Para captar esta autoridad hay que tener empatía espiritual. Como decía el Papa ayer en Santa Marta: “Solo los que se dejan atraer conocerán a Jesucristo desde dentro, ya que conocerlo así es solo de aquellos que son atraídos por el Padre”.
En Marcos 1, 27 se habla de que Jesús predicaba una doctrina nueva hablando con autoridad. No como los maestros de la ley. El hablar con autoridad proviene de conocer el tema desde dentro, de conocer a Cristo en nuestro caso, no por oídas sino desde la experiencia interior asimilada y hecha ya carne y vida de uno. Los maestros de la ley hablaban desde los conocimientos estudiados, desde las largas investigaciones y su palabra se dirigía a enseñar. El que habla con autoridad trasmite vida y convencimiento vital.
La autoridad viene de la seguridad y la seguridad de la fe vivida. No es autoridad de libros sino autoridad de vida. En Cristo no hay una sola dubitación en nada. A veces tenía que orar, incluso empleando toda la noche, pero hablando al público mostraba una seguridad total. Su Padre le había iluminado en la oración. Él era hombre y no tenía la ciencia de todas las cosas pero la recibía en la oración. El verdadero predicador es el que trasmite una seguridad no aprendida sino recibida como don en la oración o en la preparación. Para que sea carisma del Espíritu tiene que ser percibida por el pueblo que queda edificado y fortalecido por dicha seguridad.
Hablo de esto porque estamos viendo cómo se iba construyendo la Iglesia primitiva por medio de la predicación y el anuncio de la buena noticia. Algún apóstol podía fallar o dudar en alguna cosa pero es admirable verles dar testimonio de Jesucristo delante de las autoridades o cuando eran sometidos en juicio. “No seréis vosotros los que habléis sino el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros”. Bajo la acción del Espíritu eran invencibles y lo serán todos los predicadores de Cristo hasta el final de los tiempos.
Da gusto pertenecer a un colectivo o a una iglesia donde uno tiene la sensación de que la autoridad está protegida por un patrocinio superior. Muchos tenemos la experiencia de los últimos Papas del siglo XX y XXI, casi todos canonizados y recomendados por todo lo que nos han dicho. Hay sensación de autoridad y seguridad. Yo soy una persona que disfruto mucho más de la Iglesia que no se ve que de la que se ve. Me atrae más que nada el poder del Espíritu Santo en ella. No obstante, hacia fuera los representantes máximos de Cristo desde la debilidad humana me maravillan y veo en ellos actuar la fuerza de Dios.
En la Orden de Predicadores o dominicos, en un principio había muchos  frailes con el carisma de la predicación reconocido. Este carisma trasforma la predicación en espada de doble filo y hace que penetre en lo profundo de los corazones. El mismo predicador que lo tiene se da cuenta de que no solo los frutos sino la propia predicación es toda ella un milagro. Porque se ve guiado y fortalecido por algo o alguien que es muy superior a todo lo que podría salir de él solo. Aún hoy la Orden reconoce en algunos un don especial y se les da el título de Maestro en Teología o en Predicación. Si lo vemos como un premio o reconocimiento personal va en detrimento, pero si lo consideramos como acción del Espíritu dentro de la comunidad y de la Iglesia contribuye a la autoridad y seguridad carismática.
Por desgracia hoy en día hay mucha gente envenenada que creen que no necesitan la autoridad. Y no hablo de la de los líderes de este mundo. Hablo de la seguridad de los que se han dejado guiar en sus vidas, de los que tienen una experiencia de lo alto. Es impresionante la actitud de los apóstoles cuando fue abandonado Jesús por gran parte de los discípulos después del discurso de Cafarnaúm sobre el pan de vida. Les dice Jesús: “¿No queréis iros vosotros también? Los pobres, seguro que humillados, ante el fracaso de su maestro, le contestaron con una seguridad que les venía de otra parte: “¿Adónde vamos a ir, Señor? Solo tú tienes palabras de vida eterna”.
Siento pena ahora con esto del coronavirus de la poca autoridad que parece  tener la Iglesia en la sociedad y, sobre todo, en la cultura actual. Estamos a todas horas escuchando temas que rozan lo trascendente pero nadie se zambulle en ello. La promesa y la esperanza de las que se viven son solo las de este mundo. Es evidente que hay de todo y mucho movimiento en todos los sentidos. Pero hay una roca de contradicción en la que él mundo de hoy sigue estrellándose. Los cristianos como los apóstoles necesitamos una seguridad venida de lo alto para poder contestar: “Tú solo, Señor, tienes palabras de vida eterna”.