49. La gratuidad de la salvación. Por Chus Villarroel
Hoy es día 2 de mayo. Comienza la desescalada porque nos han dado permiso +para dar un paseíto por la calle, no más allá de un kilómetro. A los mayores de 70 nos han puesto en la franja horaria de 10 a 12. Yo he salido casi una hora y volví rendido a casa. Después de cincuenta días de reclusión no está mal. Espero que con unos días de entrenamiento pueda regresar a la “agilidad” antigua. Pero volvamos a lo nuestro, a la gran discusión que hubo al principio sobre la salvación realizada por Cristo.
En la carta a los Gálatas 2, 11 dice Pablo: Mas cuando vino Pedro a Antioquía me enfrenté con él cara a cara porque era digno de reprensión. ¿Qué había pasado? Pues que Pedro, ya conocemos su carácter, un bravucón en el fondo muy tímido, decía una cosa pero por miedo hacía otra. Estando en Antioquía, ciudad grande, donde había una comunidad de cristianos muy numerosa, venidos casi todos ellos del paganismo, Pedro había prescindido de la ley judía y había comenzado a vivir la libertad de Cristo entrando en casa de cristianos paganos y comiendo con ellos. Ahora bien, cuando llegó un grupo de judaizantes, es decir, judíos cristianos de la ley, comenzó a retraerse y a no entrar ya en casa de cristianos venidos del paganismo. Entonces Pablo se lo reprochó porque ya había quedado claro que los cristianos no tenían que cumplir los preceptos de la ley ya que nuestra salvación no viene de ese cumplimiento sino únicamente de la gracia de Jesucristo.
Pablo, hombre preparado y gran teólogo, ya tenía muy claro que el único nombre que nos salva es Jesucristo. Y esto no mediante obras que nosotros pudiéramos hacer sino gratuitamente por efecto de la fe en su sangre redentora, sangre de una alianza nueva y eterna. San Pedro también lo sabía porque le había sido revelado pero no lo razonaba ni podía expresarse tan bien como Pablo. Lo sabía, mas no estaba tan aclarado. Dado lo difícil que es comprender el tema de la salvación gratuita, en esos momentos iniciales, no se podía fallar. Sería poner en peligro la verdad del evangelio. De ahí que Pablo, que aún no era casi nadie, se enfrentara de esa manera a Pedro que era la cabeza más visible de la nueva fe.
¿Dónde está la dificultad? A los hombres no nos es fácil comprender la gratuidad porque no tenemos experiencia de ella. Nadie nos ha amado nunca gratuitamente. Siempre han esperado algo de nosotros o nos lo han exigido. Se suele decir que el amor de una madre es gratuito. Sí, yo creo que es el amor más parecido al de la gratuidad, pero aún las madres siempre esperan mucho de los hijos y les gusta que sean como a ellas le va. Lo dan todo gratuitamente, mas también esperan mucho. Tampoco la familia y la sociedad son gratuitas ya que siempre exigen y culpabilizan si no te comportas como ellas quieren. Nadie nos justifica si no nos portamos bien.
La prueba de que Dios nos ama, por el contrario, es que nos ama y nos amó cuando éramos enemigos, cuando éramos pecadores y objetos de ira. Precisamente en ese momento Jesucristo murió lleno de amor por nosotros. No solamente no nos culpó, sino que cargó en su cruz con todas nuestras dolencias, debilidades y pecados. Su misericordia anuló el juicio y castigo por nuestros delitos y nos dio en prenda el mayor don que Dios tiene que es su amor, su Espíritu Santo. En este amor gratuito solo existe una condición y es que nosotros creamos en este misterio de salvación de Jesucristo.
Lo que Pedro y Pablo tenían entre manos en aquel momento era de extrema delicadeza. Estaba en juego la verdad del evangelio que no es otra cosa que el amor gratuito de Jesucristo. Si lo mezclas con cumplimientos de obras o de ley que vienen de ti, si antepones preceptos como la circuncisión o el sábado, ya condicionas la gratuidad y la marchitas. Jesús quiere perdonarte todo y amarte del todo si tú estás dispuesto y te interesa acoger ese amor.
No te asustes. Esto no es humano. Suena bien, mas ¡qué hombre puede captar en su pobre vida la verdad de este misterio! Para eso se nos da el Espíritu Santo del que hemos hablado en estos días anteriores. No se puede llegar al misterio de Jesucristo sin Espíritu Santo. Los que han recibido este Espíritu están a otro nivel. Es cierto pero conviene decir que no es una cosa descabellada sino que debería ser lo más normal en la Iglesia vivir y disfrutar de la fuerza del Espíritu Santo. Este debería ser el cristianismo normal, porque este fue el que vivieron Pedro y Pablo y millones de cristianos a lo largo de la historia.
Hemos desechado la ley judía y sus preceptos porque nos quedan muy lejos pero nos inventamos una nueva moralidad, normas, pautas, métodos, preceptos y reglas. Estamos más seguros en una religión con obras en la que la salvación dependa en parte de nosotros. No nos gusta que se nos regale todo. Queremos que haya clases y diferencias entre unos y otros. No somos capaces de dejarnos amar del todo. Acoger la gratuidad nos resulta casi imposible. No nos damos cuenta de que las obras cristianas son obras de la gracia, que vienen después de estar ya salvado y en gracia.
Ahora bien, el hecho es que hemos sido y somos amados gratuitamente. El déficit que pueda haber es nuestro, depende de nosotros. La salvación gratuita en la sangre de Cristo es una cosa de fe, un misterio imposible de comprender y de ahí la gran dificultad que tenemos para aceptarlo. Pero hay que creerlo porque ahí está la verdad del cristianismo y tenemos que pedirle al Espíritu que nos la revele. Si no fuera así el cristianismo tendría que ser una secta judía; en cambio, siéndolo es una fe universal y católica. Es como creer en la santidad de la Iglesia en el momento en que cunden los escándalos reales o inventados. Nos parece imposible, juzgando a los que están al frente de ella. Sin embargo, es un artículo de la fe y hay que creerlo. A mí no me cuesta nada creer en la santidad de la Iglesia. En la homilía de anteayer, 30 de abril, el Papa nos ha dicho en Santa Marta: “Es Dios quien atrae al conocimiento del Hijo. Sin esto, uno no puede conocer a Jesús. Sí, uno puede estudiar, incluso estudiar la Biblia, incluso saber cómo nació, lo que hizo. Pero conocerlo desde dentro, conocer el misterio de Cristo es sólo para aquellos que son atraídos por el Padre”. En lo que Cristo es absolutamente distinto es en que su salvación solo depende de nuestra fe, es gratuita. Esto es un gran misterio porque nadie lo merece. Procuremos que suceda en nosotros aunque no lo merezcamos.
La gratuidad es un don de Dios.
Vivir en gratuidad es estar en relación permanente con el Señor, correspondiendo a su Amor por nosotros, bajo la acción del Espíritu Santo y la guía de su Palabra.
Un Amor misericordioso que nos acepta tal como somos en nuestro pecado.
Que la acción del Espíritu Santo transforme nuestras vidas a pesar de las pobrezas y nos ilumine las parcelas más escondidas.
Nuestro deseo de agradarte Señor será siempre superior a las debilidades, que nos acercarán más a Tí.
Que aún pecando no nos sintamos culpables porque el dolor de haberte ofendido nos llevará rápidamente a abrazarnos de nuevo.
Señor, te entregamos nuestras vidas para que reines en ellas y las modeles con tu Gracia.
¡GLORIA AL SEÑOR!
Voy a hablar por mí, no como conocedor de la verdad, si no sólo de la verdad que hasta ahora se me ha concedido.
No dudo de que Dios nos ama, pues desde el principio nos regaló el mundo en el que vivimos. Y cuando pecamos, por medio de Adán y de Eva, Él se arrepintió de la creación del hombre, pero por su bondad, nos perdonó y amó a través de Noe, Abraham, con el que hasta se dejó de regatear para la salvación de Sodoma y Gomorra. Y envió a Moisés, profetas y reyes para demostrarnos su amor hacia su pueblo. Y terminó enviando a su Hijo para que nos hablara de ese amor, a pesar de todo, al hombre. Y quiso que mediante la pasión de Jesús y su sangre se creara una nueva alianza. Por Jesús, El Padre, facilitó al hombre, gratuitamente, la posibilidad de disfrutar de nuevo de ese paraíso que le entregó en el principio de los tiempos. Jesús nos lo dijo: “Yo soy el camino”. Si crees en mí, el enviado por el Padre, encontrarás el camino, pues existe un borrón y cuenta nueva con Dios. Dios perdona de verdad, no como los hombres, que no olvidamos.
Y ahí vienen mis preguntas ¿Jesús nos predicó una cosa distinta a la que pensaba? Seguro que no. ¿Jesús estaba dirigido, guiado e inspirado por el Espíritu Santo? Seguro que sí. ¿Los apóstoles o evangelistas estaban inspirados en sus recuerdos y transmisión de sus testimonios por el Espíritu Santo? También creo que sí. ¿Los que leemos esos evangelios y tratamos de encontrar un camino, con buena intención, para llegar al Dios que nos envió a su Hijo para nuestra salvación, estamos inspirados por el Espíritu Santo? Espero que sí. ¿Quién te da ánimo para leer los evangelios en tu caminar por el mundo? El Espíritu Santo que procede del Padre, pues no creo que sea el que tentó a Jesús, pues nos guiaría en sentido contrario.
Pedro y Pablo se pusieron de acuerdo. La gratuidad viene por la muerte de Jesús, al que ambos predicaban, el que era la verdad y la vida. Jesús era el centro o punto de unión de judíos y gentiles. Creo que a ellos no les sobraba nadie, ellos tenían la misión de predicar al Jesús que habían conocido, cuya base eran las revelaciones que tenían.
En las cartas a las iglesias del Apocalipsis se las reconoce su buena intención, sus entregas a los demás, sus obras, pero las recomienda que vuelvan a sus principios. ¿Cuáles eran esos principios? Creo que serían las palabras y testimonio de Jesús.
Y como espero que el tiempo vaya pasando, ya veremos la forma de crecer en la fe. Amén.
Padre Chus, gracias una vez más por tus escritos de cada día que me ayudan a vivir y profundizar en la Palabra.
Hoy no puedo dejar de sorprenderme, a la vez que me doy cuenta de que es totalmente cierto, que nuestro problema es que «No somos capaces de dejarnos amar del todo»
Ya no solo es que no sepamos amar, sino que ni tan siquiera nos dejamos amar, reconocer ese amor y glorificarlo, alabarlo, siempre profundamente agradecidos.
Que gran paradoja que en pleno siglo XXI, donde nos creemos que sabemos tanto, no sabemos dejarnos amar.
Gracias, Chus. Gloria al Señor.
La salvación es gratuita pero costó la sangre de Cristo, la fe es gratuita pero a muchos les cuesta la vida y los dones del Espíritu Santo también son gratis, pero nos transforman, de manera que nuestra vida ya no es la de antes. Ver a Cristo en los demás nos hace morir a nosotros mismos.
Así que, que nadie piense que lo gratuito es fácil, ni que los cristianos flotamos sobre la vida en globo. El amor es lo que más hace sufrir en la vida. Para mí amor y gratuidad es lo mismo, pero Chus ha destacado la gratuidad del Amor y me parece ungido, porque el amor que conocemos en la vida tiene su límite, como nosotros…
La gratuidad
La gratuidad es vivencia del Espíritu Santo. Jesucristo en mí. Al ser un don, quién no lo haya experimentado todavía le queda pedirlo, según la Palabra en Lucas 11: 9-13
«Yo os digo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.
Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra;
o, si pide un huevo, le da un escorpión?
Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!».
Se nos dice que debemos abandonarnos o abrirnos para que el Espíritu Santo actúe, y sea una novedad consciente.
Los que han sido quebrantados por el Espíritu Santo en alguna parcela de su vida, dan testimonio de algo real, que han sido transformados, sin mediar nada racional, todo es milagroso.
Otras veces las experiencias son variadas según sean las circunstancias personales, que se pueden manifestar de distintas maneras, pero que al ser tan íntimas obran en nuestro interior y confirman en la fe. A veces si son comentadas a terceros pueden resultarles nímias.
Como todas las relaciones, también el Espíritu Santo como persona, necesita continuidad en nuestra atención.
Comenta Chus:
«No te asustes. Esto no es humano. Suena bien, mas ¡qué hombre puede captar en su pobre vida la verdad de este misterio! Para eso se nos da el Espíritu Santo del que hemos hablado en estos días anteriores. No se puede llegar al misterio de Jesucristo sin Espíritu Santo. Los que han recibido este Espíritu están a otro nivel. Es cierto pero conviene decir que no es una cosa descabellada sino que debería ser lo más normal en la Iglesia vivir y disfrutar de la fuerza del Espíritu Santo. Este debería ser el cristianismo normal, porque este fue el que vivieron Pedro y Pablo y millones de cristianos a lo largo de la historia».
«No es la abundancia de saber lo que nutre el alma, sino el hecho de saborear, de sentir las cosas dentro de nosotros», decía Ignacio de Loyola.
¡GLORIA AL SEÑOR!