47. Hablaban en lenguas.Por Chus Villarroel

En el principio de la Iglesia, como venimos viendo, al bautismo en el Espíritu le acompañaban siempre dos indicios: alabar a Dios y hablar en lenguas. Si faltaba alguno de los dos quedaba duda de que aquella persona hubiera recibido el Espíritu Santo. Lo de alabar a Dios parece más normal. Todos tenemos la experiencia de que en momentos especiales se produce la necesidad de dar gracias, reconocer, agradecer hasta con gestos y júbilo. La extrañeza nos viene con el hablar en lenguas. ¿A qué viene el hablar en lenguas? ¿Qué relación tiene este hecho con el Espíritu Santo?
Hay una cosa que llaman glosolalia que consiste en pronunciar sonidos o palabras inventadas, sin significado, que no guardan ni sintaxis ni concepto mediante las cuales se expresa un individuo como podía hacer un niño o un drogado en trance. Esta forma no conceptual de hablar se la dio el Espíritu el día de Pentecostés a los apóstoles de tal manera que cada uno de los oyentes les entendía en su propia lengua. Esta glosolalia en ellos tuvo una primera función que fue la de predicar a todos la resurrección de Jesucristo a quien acababan de crucificar hacía poco. Tuvo también la función de desahogo personal ya que su espíritu y psicología fueron fuertemente afectados por el chorro de Espíritu recibido con las lenguas de fuego.
Así a bote pronto podría parecer un fenómeno fuera de lugar y como algo muy difícil de entender. De hecho, más tarde se fue coartando esta forma de expresión hasta quedar reducido a un don de oración sobre todo. Así es como permanece todavía entre nosotros en los tiempos actuales aunque no hay que desechar nunca la primera función de comunicación como se dio en Pentecostés. Yo mismo he conocido algunos casos que me impresionaron bastante aunque ahora no es el caso.
La razón de tratar aquí este tema es la de animar a quien se sienta atraído para que pida este don de oración al Espíritu Santo. No es ninguna broma, ni cosa de locos y extraños, ni está totalmente de más. Esto solo lo puede decir quien no lo conozca. Algo de esto me sucedió a mí que hablé mal de ello y lo di durante un tiempo por superfluo hasta que me fue regalado y he ido entrando poco a poco en su misterio. Porque tiene su misterio. Actualmente es la forma de oración que más uso y en la que encuentro máxima intimidad. Lo sobrenatural nos supera y su captación intelectual es mínima, mientras que el deseo, el afecto y la nostalgia de lo divino pueden ser muy grandes. Los gemidos y gritos y suspiros no conceptuales son muy necesarios en determinados momentos.
Digo que hay que pedirlo porque está totalmente fuera del circuito cognoscitivo y afectivo humano. Para que sea oración tiene que serte dado por el Espíritu Santo. Antes de tener experiencia no lo echas de menos ni lo pides ya que es algo que la vida normal no requiere y le cuesta a uno tomárselo en serio aunque te hable una persona experimentada y de fiar. Cuando vas conociendo al Espíritu Santo te va extrañando menos esto y otras cosas porque vas viendo que juega mucho a despistar para que viendo no veas y oyendo no entiendas hasta que tu corazón se vaya pareciendo al de los niños. Si alguno se ríe de ello probablemente no lo recibirá nunca.
Al principio creí que este don solo se daba entre los carismáticos pero ahora ya sé que no. Conozco unas cuantas personas, sobre todo en conventos contemplativos, que lo tienen, sin saber nada de los carismáticos. La razón es que ya hay en la Iglesia actualmente suficiente predicación sobre el Espíritu Santo para que empiecen a proliferar estos dones los cuales, aunque como mejor crecen es una comunidad que los practique, ya pueden tener suelo para brotar individualmente. Antes el Espíritu Santo era el gran desconocido y representaba una función poco apreciada en la espiritualidad.
Quien quiera tener intimidad y subrayo la palabra, quien quiera tener intimidad en la oración, necesita este don que como dice San Pablo sale del espíritu humano: El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio con gemidos inefables de que somos hijos de Dios (Rm 8, 16. 26). El Espíritu de Dios activa tu espíritu humano con gemidos o balbuceos porque no hay inteligencia posible. El que quiera intimidad en la oración sin lenguas es difícil que supere los niveles racionales del conocimiento. El discurso racional no es la mejor forma de unirse con el Dios inefable. Estamos hechos para vivir en este mundo y el objeto de nuestra inteligencia es la esencia de lo material. Nuestro espíritu es la única puerta de salida que tenemos para salir de la materialidad y eso solo puede suceder cuando es activado o llamado desde arriba desde la acción de Dios.
Se trata, por tanto, de una oración muy interior, que se hace con sonidos no significativos como puede ser el balbuceo de un niño. La locuela, de la que hablaban los clásicos. No procede de la inteligencia sino del corazón afectado por la unción del Espíritu que te mueve a ello. A veces es puntual pero normalmente a los que lo practican se les suele trasformar en hábito, en una forma de orar, en la que no dices nada a Dios pero te sientes unido en intimidad con él. “Las lenguas cesarán”, dice Pablo en 1Co, 13, 8. San Pablo no quería que se orara de esta manera sobre todo en presencia de gente no iniciada porque la sensación es muy esotérica. Esto no quita para que sea una oración de altísima calidad y se pueda considerar como el culmen o coronación de la alabanza. Una alabanza que no acaba en lenguas no ha llegado a su plenitud.
Juan XXIII clamaba a Dios para que renueve en nuestros días las maravillas de Pentecostés, para que haya una efusión general del Espíritu en el mundo entero. En una pandemia como la que estamos viviendo pega bien esta oración. Porque en una prueba dura como es esta epidemia, necesitamos clamar con una oración de total calidad para ver a Dios actuar en medio de nosotros.