33. Rabbuní. Por Chus Villarroel

En el jardín de mi parroquia hay sensibilidad de Pascua. La higuera ya brotó, incluso algunas brevas se han helado. El naranjo, el único que conozco en Madrid, está repleto de botones a punto de abrirse con perfumes olor a azahar, que en nuestra casa es intensísimo. Les faltan algunos días. Lo que ahora predomina en el jardín es el olor a lilas. Fuerte aroma de lilas en esta pascua tristona de 2020 por el cielo poco brillante y la cuarentena confinando muchas ilusiones. De todas formas, la Pascua siempre trae una alegría de primavera y un toque de resurrección.
La que estaba triste en la mañana de resurrección paseando por un jardín semejante al nuestro era María la Magdalena. Buscaba un cadáver para perfumarlo. No estaba iluminada. Su esperanza era cortísima. Solo aspiraba al bello recuerdo de un hombre al que había amado pero estaba muerto. Para siempre. Se cruza con uno que le pregunta: “Mujer, ¿por qué lloras?” Ella responde: “Porque se han llevado el cadáver de mi Señor y no sé dónde le han puesto”. El que estaba de pie, que ella creía que era el hortelano, le dice: “María”. Ella, despertando en el espíritu, le dice Rabbuní. Y se lanzó a sus pies para abrazárselos. Había reconocido al Señor.
Ya estaba iluminada. Qué maravilla: Jesús conservaba la identidad pero ya pertenecía a otra dimensión. El Espíritu Santo le había hecho pasar en una milésima de segundo del hortelano al Resucitado, de la muerte a la vida, de la derrota al triunfo total, de la tristeza al gozo desbordante. Esto es la Pascua: el paso de la muerte a la vida y de la pena al gozo total. Para que se dé este paso, para que suceda la Pascua, necesitamos  al Espíritu Santo. Él, que es luz, nos hace pasar de este mundo al mundo nuevo. Ahora comprendemos por qué Jesús es el primogénito de entre los muertos, por qué es el primer habitante de una nueva creación. Jesús acaba de agregar a la Magdalena a esa nueva creación. Ella lo entiende y se le acabaron todas las penas.
A mí se me han muerto tres compañeros muy cercanos en estos días de coronavirus. Yo ya los veo a la luz de la Pascua. Sin embargo, sus cadáveres siguen trenzando su danza macabra del hospital a la morgue, de la morgue a la funeraria y de esta al cementerio. Después de días no sabemos cuándo terminará este baile espectral que nos hace daño y nos haría todavía más si no estuviéramos seguros de que su espíritu ya pertenece a la nueva creación a la espera de que su cuerpo resucite también. En otros momentos, aun con poca fe, respetábamos sus cuerpos, ahora sin cuerpos, pedimos a Dios que nos aumente la fe para decir con pasión como la Magdalena: Rabbuní.
Rabbuní es la forma más solemne del arameo rabbí, Señor. Es un título casi divino que para la Magdalena lo fue del todo. El día que eligieron Papa a Francisco, ya muy de noche, llamó por teléfono a una amiga suya que cumplía años para felicitarla. Ella se emocionó lo indecible como podéis imaginar. Francisco le dijo: ¿Porque me hayan hecho Papa me voy a olvidar de mis amigos? A esta mujer también la conozco yo bastante. Es argentina y ella me llevó un mes a Buenos Aires. Este caso me enternece porque me sirve para entender que Jesús, aún después de resucitado, no se olvidó del enorme cariño humano que esta mujer magdalena le tuvo. Se apareció a ella la primera y de una manera especial saltándose todos los protocolos y jerarquías. Lo políticamente correcto es que Jesús se hubiera aparecido a Pedro y a los apóstoles, pero se saltó lo correcto para dar rienda a su corazón.
¿Qué le ofrecía la Magdalena? Poca cosa. Una psicología ardiente, un cariño y un agradecimiento humano y la pena por una muerte tan trágica. ¿Bastaba su ardiente psicología y deseo para distinguir al Resucitado del hortelano? ¿Vale para algo esa psicología?  Sí, esa psicología, ese ardiente deseo de Cristo, a la Magdalena le valió. Ahora bien, con eso sólo nunca hubiera llegado a superar al hortelano. Se necesita un toque de gracia, un toque de luz, para entrar en el nivel del conocimiento espiritual. Cuando no tenemos ese toque del Espíritu nos quedamos en las razones humanas, en las casualidades humanas, en la historia puramente humana.
El Espíritu, como después al apóstol Tomás, le hizo ver algo inenarrable, algo divino que ella expresó con la palabra Rabbuní. Santo Tomás lo hizo con la oración más bella de toda la Biblia: “Señor mío y Dios mío”. Es el mismo grito en los dos expresando de distinta forma un mismo contenido. Jesús le dijo: “No me toques, no me puedes tocar, porque yo ya estoy en otra dimensión”. Palabras consoladoras porque indicaban que en la nueva dimensión también habrá palabra, cariño y amistad. Que bonito pensar que en la nueva dimensión también habrá identidad y sabremos quién es cada cual.