32. No está aquí. Por Chus Villarroel

A finales de los años 70 del siglo pasado fui por primera vez a Tierra Santa. Iba conmigo una hermana mía, Trini, y otro fraile dominico José Montero. Íbamos por nuestra cuenta sin grupo ni guía de ninguna clase. En el avión se nos unió otra chiquita joven india, vestida con su sari, que no se separó ya más de nosotros a no ser por la noche en Jerusalén que iba a su hotel. Nosotros nos hospedamos en el convento de San Esteban donde está la escuela bíblica de los dominicos de donde procede la Biblia de Jerusalén. Allí nos encontramos también hospedado a un sacerdote mejicano famoso en la Renovación carismática sobre todo por sus libros. Se llamaba Salvador Carrillo Alday. Había estudiado de joven en la Escuela Bíblica. Nadie mejor para hacernos de guía en Jerusalén. Mi hermana quedó totalmente enamorada de él. Nos dedicó dos días al completo.
Después alquilamos un coche a un moro y nos fuimos los cuatro para el Norte, a Galilea. La india dejó a mi hermana un sari, de modo que, vistos desde fuera, parecíamos dos matrimonios indios. Las dos vistieron el sari hasta que se separaron; lo lavaban y se les secaba por la noche. El tema era que el único que tenía carne de conducir internacional era Montero, pero antes de los cinco kilómetros paró el coche, se bajó y dijo que él no conducía. Sin saber qué hacer, atrevido como siempre, cogí yo el coche y lo llevé los cuatro días. Todo nos salió a pedir de boca.
Al volver, el moro, gente buenísima, nos llevó a su casa. Magnífica mansión. Nada más llegar salieron varias mujeres y se llevaron a nuestras dos indias, quedándonos  nosotros con los hombres. Fue una tarde magnífica. El moro me riñó por haber conducido sin carné. Me decía: España no tiene relaciones diplomáticas con Israel (por aquel entonces), si te llega a suceder algo te meten en la cárcel y puedes estar allí treinta años sin que nadie pueda hacer nada para sacarte. Yo, claro, me di cuenta de que había sido un imprudente, pero habíamos visto Israel
A lo que voy es a lo siguiente: Al volver a ver a Salvador, yo muy fogoso, le preguntaba muchas cosas y el me respondió dos o tres veces. “Ha resucitado, no está aquí”. Tuve que recapacitar. Lo que hacemos es turismo y poco más pero de la forma que tú quieres ya no le vas a encontrar aquí. Ha resucitado.  Este mismo mensaje se lo había dicho el ángel a las mujeres: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí ha resucitado (Lc 24, 5-6).
Tengo que confesar que me tuve que reconvertir. El viaje a Tierra Santa fue una casualidad. Montero y yo íbamos a un capítulo a Hong Kong y mi hermana, enfermera, a pasarse su mes de vacaciones por oriente. Alguien nos dijo que aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid… arreglamos la escala en Israel. Una vez en plan, nos ilusionó un montón pisar por primera vez la tierra del Señor. Salvador Carrillo, que tenía mucha experiencia del tema, nos hizo pisar tierra.
De todas formas, el viaje por el norte me pareció fantástico. Conduciendo cuatro días me admiraba de la cantidad de tórtolas que salían en la carretera pareciendo  imposible el no pillarlas. El Cantar de los cantares, ya lo tenía yo muy metido en el alma. Ya cantaba con Julio Figar la canción de la Rosa de Sarón.  Por eso las tórtolas, los granados, la llanura de Sarón, la rosa de Sarón, los montes, las viñas y cosas semejantes hacían mis delicias. La india me miraba con unos ojos negros que parecían salidos del fondo del mar. Mi hermana y ella cantaban maravillosamente, sobre todo la Rosa de Sarón, que era la canción que más les gustaba.
Años más tarde un compañero dominico RIP, Pedro Reyero, organizó un viaje a Tierra santa con más de treinta personas. Me contó que pudo hacer oración dentro del sepulcro con grupos de cinco en cinco y que al final ponía la Biblia en la cabeza de cada uno y le decía: ¿Por qué buscas entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Jesús ya no está confinado a un tiempo o a un lugar, pertenece a todo el mundo, actúa por su Espíritu en el mundo entero y más allá de él. Está más cerca de nosotros que si viviera físicamente. Por eso nos dijo: Conviene que yo me vaya porque si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito. Es decir, si no me voy no vendré sobre vosotros en Espíritu ni podré estar en todos a la vez.
Fue maravilloso el viaje. Me encantaba en las cuatro noches que pasamos en Galilea ver la luna sobre el mar de Tiberiades. Esa sí que era la misma que vio Jesús. Era el mes de Junio. Hacía mucho calor. Allí celebramos la fiesta de la SSma. Trinidad, onomástica de Trini. Allí, en un restaurante palestino de Nazaret lo celebramos, especialmente motivados por la unción y el lugar. Lo que nos costó encontrar fue Cafarnaúm. Al final metiéndonos por un camino de tierra y piedras cerca del lago, encontramos unas ruinas que comenzaban a excavar por aquellos días. El letrero ponía: “Ruinas de Kaparnaum”. Estaba muy enterrado por los siglos. Al llegar de nuevo a la escuela Bíblica le contamos a un fraile lo de Cafarnaúm. Nos respondió. ¿No habéis leído la maldición del Señor? No teníamos ni idea. En Mateo 11, 23 encontramos: Y tú Cafarnaúm, ¿quieres subir hasta el cielo? Hasta el abismo te hundirás. Habíamos visto con nuestros propios ojos la verdad de aquella maldición que nos impresionó mucho.