29. Virgen de la confianza. Por Chus Villarroel

Hoy es viernes santo. Hace diez días que murió un compañero fraile y creo que lo enterraron ayer día 8 de abril después de nueve días. No estamos informados de casi nada porque ciertas cosas, referentes a los difuntos, es como si estuvieran militarizadas. Todo junto hace que la cuarentena pese más, sobre todo cuando se tiene alguna otra angustia supletoria. Entre los cinco que vivimos en esta parroquia aún no ha pasado nada. De momento yo tampoco tengo ninguna sensación rara, pero mi vivencia del coronavirus está determinada por experiencias previas. En los últimos 11 años con motivo de dos cánceres de recto tuve que pasar muchos días y noches en varios hospitales. Estas experiencias las completé hace unos meses por rotura de un brazo y un hombro a lo que se añadió una anestesia tan dura que pensaron que no saldría de ella.
Estas experiencias me han producido como una especie de trauma que hace que tenga más miedo a la hospitalización que a la propia muerte. Los traumas sacan de la realidad y no son buenos para nada. Tampoco para la oración porque crean miedos escénicos o pánicos que no son reales. Oras con cierta ansiedad la cual desvirtúa el efecto sedante de la oración y de la entrega del problema. Por eso vivo el tema del coronavirus con terror a la hospitalización. Descansar en los brazos de Dios o de la Virgen me va a ser difícil si me tienen que hospitalizar.
Sin embargo, la experiencia real que tengo con la Virgen es distinta de la del trauma. Este viernes santo lo voy a vivir mucho con ella. Nos rodea un terrible silencio y soledad de cuarentena. He tenido una experiencia muy maternal y he visto su protección muy cercana. Ya lo he contado muchas veces, pero hoy me apetece repetir lo siguiente: Hace once años me operaron de un duro tumor maligno en el recto. Me hicieron una ileostomía y me pusieron una bolsa durante varios meses. No se lo deseo a nadie. Una noche fue especialmente trágica. Dormía en un hotel. Hacía las cuatro de la mañana me empezó un dolor intenso en la pierna izquierda. Como me veía atacado por tantos frentes apenas hacía caso. Me levanté por enésima vez a ver qué ocurría. Un espectáculo. Me acometían todos los males: la próstata rabiosa, la herida sin cicatrizar, un picor extrañísimo (más tarde me enteré de que era alergia a la crema de áloe), la bolsa que se me caía, y en la pierna me había salido de repente un cordón flebítico desde la ingle hasta el pie que era la causa del dolor que digo. Era lo que más me molestaba juntamente con el picor. Sin saber qué hacer me agaché sobre el lavabo para mojarme la pierna con agua fría y de repente, al agacharme, me comienza una hemorragia por la nariz. Todo esto en medio de la noche y sin poder llamar a nadie. Por supuesto ni un minuto de sueño.
Evidentemente, clamaba al cielo con bastante insistencia. Aquella noche sufrí yo una parte muy grande del viernes santo que me tocará vivir en esta vida. En un momento dado sentí que el Señor me decía muy tranquilo: “Tú sigue predicándome a mí sin tantos miedos y complejos sobre el futuro. En cuanto al tema de tu enfermedad trátalo con mi madre”. ¡Mi enfermedad la tenía que tratar con su madre..! ¡Mi viernes santo lo tenía que tratar con su madre! Yo nunca había tenido un trato demasiado íntimo con ella. Lo pedía y lo buscaba pero no se me había dado. Como es lógico entregué en el acto toda mi enfermedad a María. No me ahorró ningún paso ni sufrimiento; es más, se me volvió a repetir el cáncer, me hicieron otra operación, otra colostomía, otra bolsa, pero su protección maternal la he visto tan palpable que me inventé un nombre personal para nombrarla: “La Virgen del Detalle”.
Desde entonces la oración, el acudir a la madre me ha resultado muy natural. Gracias a Dios el niño que fui un día, lo llevo todavía dentro. Poco a poco descubrí el don de la confianza. Es importante que descubramos el don de la confianza, que no es un producto psicológico, sino sobrenatural. La confianza sucede en ti por obra del Espíritu Santo cuando tu oración ha llegado a ser suficientemente humilde y entregada. Si tú oras con mucha fuerza y no salen las cosas como tú has pedido, puedes enfadarte con Dios. Dicho enfado indicaría que tu oración no era una súplica humilde sino una imposición a Dios. La confianza, sin embargo, es una seguridad de que lo que pides se va a cumplir, aunque no sabes cómo ni cuándo. Te sirve para vivirlo con fortaleza.
Yo desde hace unos días ya puedo orar por esta pandemia de coronavirus. He experimentado hace poco aumento de confianza. Se lo achaco a la Virgen. Ahora con la confianza puedo vivir con serenidad lo que vaya viniendo porque experimento el poder que está por encima de la pandemia y que no me viene ni de los sanitarios ni del gobierno. Noto el poder de Jesucristo resucitado sobre ella, suceda lo que suceda. No tengo idea de cómo se va a desarrollar. Si me tienen que hospitalizar necesitaré un plus de confianza pero confío en recibirlo.
Yo hoy viernes santo, le pido al Señor para que conforte a su pueblo. Él ha cargado con todos nuestros delitos que son los que podían arruinar nuestra confianza. Hazlo, Señor, pero hazlo como don para que las cruces de tus hijos sean gloriosas y podamos dar testimonio de ti.