21. La muerte. Por Chus Villarroel
Dijo Dios: “Podéis comer de cualquier árbol del jardín; mas, del árbol de la ciencia del bien y del mal no comeréis, porque si coméis, moriréis sin remedio” (Gn 2, 17). Y sucedió que Adán y Eva pecaron comiendo. Con ello la muerte entró en el mundo por envidia del diablo.
La muerte desde entonces es el gran misterio del hombre. No obstante, a Dios le dio compasión y, para que esa muerte no fuera eterna, ideó una bella historia de salvación que pasa por Jesucristo. Tan bella que se puede cantar: “Oh, feliz pecado, que mereciste tal redentor”.
Desde entonces para acá todos los hombres morimos, pues, sin remedio. Solo que unos mueren dentro de la historia de la salvación y otros fuera. La muerte es igual para unos y para otros. La diferencia está en que los que mueren sin fe mueren sin palabra y los que mueren con fe son los que han acogido la buena noticia, el kerigma de Jesucristo, la palabra que tiene poder para superar la muerte y engendrar una esperanza basada en la resurrección de Jesucristo.
Una meditación sobre la muerte no es muy corriente en el día de hoy. Lo que acabo de decir, en la mayoría de las conciencias ni resuena siquiera. No es correcto hablar de la muerte así al desnudo. Menos todavía una oración, sobre todo en público. A lo más un minuto de silencio ateo lleno de un vacío callado. Y no lo es porque se ha trivializado la predicación, edulcorando el misterio de Jesucristo y reduciéndolo a una serie de valores cristianos que no tienen ningún poder contra la insolencia de la carne y de la muerte. Pues bien, Jesucristo no es ningún valor abstracto, es una persona y ha venido por el pecado de los que vamos a morir.
Veo en Madrid esos inmensos pabellones de Ifema donde hay en estos momentos 1.300 camas, tan separadas unas de otras, que se asemejan a una comunidad diseñada por el demonio. Allí donde hemos cantado en alguna asamblea las alabanzas del Señor, ahora hay gente huyendo del poder de la muerte por culpa de un virus. Esta semana hace frío en Madrid con lo cual da peor sensación. Ayer, 31 de marzo, amaneció nevado Madrid. A mí me entran ganas, al ver la televisión, de ir a saludar a los enfermos. Y es que los curas tenemos nuestro ADN y cuando no nos dejan ir, aunque nada más sea a dar la unción a los moribundos, saltan nuestras alarmas interiores y emiten una voz profética hacia esta sociedad que se está tragando no solo una manzana sino el árbol entero de la ciencia del bien y del mal. Esta sociedad está a punto de perder la protección de arriba y tendrá que saborear el poder del pecado sin las hojas de higuera que le hizo Dios para que nuestros primeros padres no murieran del frio y de la soledad.
Y, ahora, después del coronavirus, ¿volverán de nuevo con la matraca de la eutanasia y de la muerte digna o nos dejarán descansar un poco? Al racionalismo le suena bien lo de la muerte atea porque la ha creado él. Que esperen un poco, por favor, para que se nos pase a todos la psicología de cuarentena. Aquí en esta parroquia los cinco que estamos, a pesar de estar todos en edad de riesgo, resistimos como jabatos, pero en otros conventos cercanos hay bastantes con el mal ya dentro. Anoche a las tres de la mañana murió el primero, pero hay siete u ocho internados. En la psicología de cuarentena el estrato más profundo es el miedo a la muerte, que es el miedo más lacerante y agotador, aunque sea inconsciente y se disfrace de lo que sea. La cuarentena ofrece menos distracciones para cubrir ese miedo. Porque en el fondo, como siempre ha sido, el mayor miedo del hombre es el miedo a la muerte.
Dice San Pablo que por miedo a la muerte somos esclavos del demonio toda la vida. Sí, porque no amas a tu mujer del todo por miedo a sus defectos, no cedes en la discusión por miedo a morirte, no aceptas que te echen la culpa por miedo a la muerte, no vas al dentista si tienes que estar quince días sin dientes por miedo a la muerte, buscas como un loco trasplantes de pelo en Turquía por miedo a la muerte de la calvicie. Una mujer de teatro dice a otro personaje: “Cuando me muera no dejes entrar a ver mi cadáver a fulanita de tal, porque me odia y al mirarme me cosificaría, me transformaría en cosa para siempre”.
No podemos transformar en cosa a nuestros difuntos del coronavirus. No son cosas ni números ni estadísticas. Eso sucede cuando hacemos de la vida en este mundo el supremo valor. Lo importante es salvar vidas, salvar vidas… Los difuntos quedan entonces como desechos a eliminar. Gracias sean dadas a Jesucristo que en su resurrección nos ha traído la esperanza de la vida eterna. Es su resurrección donde dejaremos de ser cosa y nos daremos cuenta de que nuestra vida y nuestra muerte han tenido un sentido luminoso en el corazón de Dios. Si confiamos solo en los hombres ya sabemos cuál es el veredicto final: la fosa común.
La ciencia del bien y del mal llevó al hombre a jugar a ser Dios, encerrado en el tiempo. Se rebajó de categoría, de hijo a animal racional y conoció desde entonces por debajo de los angeles, buenos y malos, presa del engaño del maligno…
Lo que creemos el mal aqui abajo, puede ser el bien, visto por encima de las nubes, cerca del sol. Incluso la muerte… No sé por qué había un arbol del bien y del mal en el Paraíso, parece una tentación del Señor, una trampa para osos, para medir nuestra fidelidad. Pero seguro que no lo plantó el Padre. En su amor a los angeles caídos, esperando su retorno como al hijo pródigo, quizá dejó abierta la puerta del jardín. La semilla de los hijos rebeldes germino en arbol y el Padre no quiso podarlo. Pero en lugar de volver los que se fueron, arrastraron con ellos a toda la humanidad, que ahora se desespera sin saber que su felicidad está muy por encima de la ciencia. Mientras haya un resto en la tierra, que espere en Jesucristo, el Padre seguirá haciendo salir el sol sobre buenosby malos, hasta que considere oportuno librarnos a todos de la muerte
Muchas gracias Padre Chus. Ayer pensé mucho en los enfermos de Ifema y se me pasó por la cabeza que yo personalmente preferiría estar allí que aislada en una habitación. Como un bote de mermelada en una alacena, acompañada y acompañando.(Posiblemente otra tontería de las mías)
El hijo de unos amigos que acaba de sacar el MIR está allí y su tarea es informar a las familias, tremendo y muy doloroso restituir la dignidad humana a quien se había convertido en un caso. Hace un par de días dió la casualidad que recibimos una llamada buscando familiares de una persona. No hubo detalles, mucha discreción, pero enseguida supimos de qué se trataba.¡La pena por esa persona y su familia! Sé que en Ifema hay capellán y espero que no esté uno solo porque hay mucha personas que lo reclamarán.
Y a los que no podéis ayudar en estos momentos como quisierais solo deciros que nos estáis ayudando a nosotros, que no sabemos cuando nos va a tocar. Y que cuando esto acabe, la labor que os queda va a ser ardua. No solo por los que se han muerto también por los que siguen vivos pero desconcertados y “enfriados”. No creo que esta sociedad vuelva a ser igual después de tanto tiempo viendo la muerte tan de cerca. ¡Gloria al Señor!
Chus, sobrecogedor artículo.
El día de S. José, un sacerdote de La laguna en la homilía de la misa dijo que ahora eramos «La Iglesia de las Catacumbas». Ahí estamos y creo que hay mucha oración particular, y en la Misa casera.
Por la noche, entre sueños rezo por tantos agonizantes a la Virgen. La llamo «La Virgen del Encuentro» a la que también pido por todos esos ateos y enfriados esperando que sus corazones estén más blanditos por las circunstancias y la Virgen atraiga y propicie el Encuentro con Cristo.Tengo esa esperanza.
Un abrazo. Gracias por todo. Me gusta ese ADN. Gloria al Señor.
Pienso que cuanto más horrorosa aparezca a nuestros ojos la muerte de estas personas «leprosas», tanto más se les mostrará a estos enfermos la misericordia de Dios. Tal vez ellos, en ese trance, no vean lo que nosotros, y Jesús y la Madre sean los que estén sosteniendo sus manos en medio de la angustia. Que en el corazón de los familiares con fe no quede como última palabra la amargura de una soledad sin Jesús en la muerte de sus seres queridos. Él está en medio de nosotros y estas muertes no serán en balde para un mundo muy pagado de sí mismo, sin visión trascendental, sin postrimerías, por mucha muerte digna que se quieran inventar.
¡Que gran verdad! El miedo que tenemos a la muerte. ¿Y porqué? Seguramente es que estamos prendidos de las cosas de este mundo: nuestra familia, nuestra casa, nuestro dinero, nuestro coche, nuestros planes para el futuro, etcétera. No nos paramos a pensar que todas esas cosas son un presente, ya que no conocemos nuestro futuro, si está lejos o próximo. Aquí estamos durante un tiempo, después, seguro que nos va a llegar la muerte. El momento en el que dejamos este mundo con todas esas cosas que de alguna manera hemos adorado. Y vamos al otro lado de la vida terrena. ¿Qué nos vamos encontrar? Nada. Pues no nos preocupemos, no tengamos miedo. El miedo nos llega al sospechar que allí está un Dios, nuestro Padre. Ése del que no nos gustaba oir hablar, pues nos daba consejos que en algunas ocasiones iban en contra de nuestra forma de caminar. Con qué cara nos vamos a presentar ante Él. La gran sorpresa que nos vamos a llevar, es que nos estará esperando con una sonrisa para abrazarnos, como en la parábola del hijo pródigo. Y nos dirá: “Fulanito” que rebelde fuiste a mis consejos. Aquello que no quisiste hacer, lo hizo “Menganito” pues no podía permitir que tu prójimo careciese de eso que necesitaba. Si tuviésemos fe, de verdad, en que nos espera ese Padre misericordioso, iríamos con la ilusión del que va a realizar un viaje para disfrutar de ese mar o montaña, o,,,, Danos Señor fe y fuerzas para escuchar tus palabras y obrar en consecuencia.
Preciosa reflexión sobre la muerte. Gracias, Chus.
A veces me pregunto: si no hubiéramos comido del árbol del conocimiento del bien y y del mal, si no hubiera existido el pecado original, si no hubiéramos sido expulsados del Edén… ¿seríamos hombres “mejores” o seríamos “otra cosa”.
Hola Chus. Esta mañana te mandé un comentario porque me quedé sobrecogida por tu artículo. No sé que habrá sido de él.
Lo repito porque creo que puede ayudar. Lo primero es una idea que escuche el día de S. José a un cura de La Laguna: estamos en «La Iglesia de la Catacumbas». Pero estamos ahí orando y sufriendo.
La otra es acompañar a los agonizantes implorando la presencia de La Virgen. Entre sueños por la noche, me acuerdo de ellos y llamo a «La Virgen del Encuentro» y también la pido que se encuentre con tantísimos ateos y enfriados que deben estar aterrados. «Aniquilación existencial» que decía el Padre Vicente. Mi esperanza es que todo esto sea un lugar de Encuentro con Cristo.
Gracias por todo. Gracias por la resistencia. Gloria al Señor.
Hoy se nos plantea una cuestión primordial «La muerte».
Cuántas veces hemos pensado en el desenlace final, en la soledad absoluta, si no hay un mínimo de fe en Jesucristo sin esperanza.
Me viene a la memoria aquella película que vi hace muchos años, en mi juventud, y luego la he vuelto a ver en internet, dónde se plantean muchas preguntas para meditar de una forma racional.
Se trata de «El séptimo sello».
SINOPSIS
En el Siglo XIV, la Peste Negra asola el norte de Europa.
El caballero sueco Blovk regresa a casa junto a su leal escudero después de haber luchado durante diez interminables años en las batallas de las Cruzadas por Tierra Santa.
Su paso por los combates le han transformado en un hombre atormentado lleno de dudas.
A lo largo del camino se cruza con la Muerte que lo reclama.
Sin embargo, el guerrero la retará a una partida de ajedrez con el objetivo de poder obtener respuestas a las grandes cuestiones de la vida: la muerte y la existencia de Dios.
La película comienza con estos versículos.
«Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo, como una media hora…
Vi entonces a los siete Angeles que están en pie delante de Dios; les fueron entregadas siete trompetas.»
Apocalipsis 8:1-2
Muchos hemos estado en la misma situación que el protagonista durante un tiempo de nuestras vidas, con las mismas dudas sin respuesta, pues todo tenía que pasar por nuestra razón.
Cuando el Señor se hace presente en nuestras vidas y recibimos el Espíritu Santo, se nos manifiesta con una seguridad de que estamos en otra dimensión, aunque a veces nuestra humanidad nos haga dudar.
El Espíritu Santo en Jesucristo nos da la confianza, con la esperanza de que el tránsito de la muerte es necesario para morir a todo lo mundano, y para llegar transformados a esa Vida Nueva gloriosa junto al Señor.
«Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros.»
Romanos 8:11
Hoy siento una tremenda aridez y no me concentro en la oración. Busco y llamo pero no tengo el corazón capaz de recibir la unción del Espíritu que me ponga en la presencia de Jesús. Hoy me siento como el paralítico de la camilla. No es que me preocupe en exceso porque sé que Él está aquí. Pero me da una palabra: Jeremías 18, 15-17 «Pues bien, mi pueblo me ha olvidado…» Y no soy nadie para corregir al profeta pero yo diría que el pueblo no te ha dado la espalda, al pueblo le han robado la trascendencia. La sociedad sin trascendencia busca sustitutos. Los sustitutos no llegan a lo profundo del corazón humano, que está hecho solo para Dios. El minuto de silencio, los aplausos, los vídeos de canciones, el reiki en el pasillo de un hospital ¿para qué sirven?. Cada día nos hablan de una curva. No sé si se refieren a la de la desesperanza, la del hartazgo, la de la pena…La Secuencia de Pentecostés habla de las situaciones en que el Espíritu Santo viene en nuestro rescate. Hoy necesito que vengas Espíritu y me lleves ante Jesús porque necesito que me lave las manos, los pies y hasta la cabeza porque si no tengo parte con Él me siento fuera de mí misma.
Chus leyendo tu enseñanza me viene a la cabeza el capítulo 3 de los Colosenses en dónde veo reflejada toda esta sabrosa y experimental sabiduría:
Y ES QUE PARA LOS QUE HABÉIS MUERTO EN CRISTO (EN ESTA VIDA) LA MUERTE YA NO ES EL FINAL.
Colosenses 3: Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.
2 Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.
5 La vida antigua y la nueva…
8 Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca.
9 No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos,
10 y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno,…
12 Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; 13 soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.
14 Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.
… al 23.