14. Reflexión cuaresmal. Por Chus Villarroel

                           Hoy es 26, el decimotercer día de reclusión para defendernos del coronavirus. Las estadísticas actualizadas nos dicen que hoy en día siguen aumentado las víctimas con 47. 000 infectados y unos 3. 400 muertos en España. Las cifras son ya muy respetables y el virus, por lo que se ve, sigue destruyendo con paso inexorable. Ya vamos a cumplir los quince días de encierro, pero los han prorrogado otros quince, hasta el 11 de abril, sábado santo este año. Se trata de hurtar al virus lugares donde posarse y que se vaya muriendo poco a poco. Esa es la lucha. De momento no tenemos armas contra él. Huimos porque este bichito si no encuentra gente a la que pueda hacer daño no se sostiene en sí mismo y desaparece, ya que es parásito. Por eso estamos encerraditos en casa para que no nos encuentre. Eso es vencerlo, según dicen los expertos televisivos.
Visto todo esto desde la fe tenemos que agradecer el tiempo que se nos concede para meditar y profundizar precisamente en plena cuaresma. Nunca hemos tenido posibilidades semejantes ya que nuestras ocupaciones inaplazables nos lo impedían. Ahora están aplazadas a la fuerza. Seguro que vamos a aprender muchas cosas y que a la larga saldremos fortalecidos. Comenzando por la informática porque ahora se hacen oraciones de grupos por plasma desde casa, imposible hasta hace dos días. Montones de sacerdotes y predicadores se han lanzado sobre YouTube para predicarnos el evangelio que en circunstancias ordinarias no lo hubieran hecho. Las misas, rosarios y otras celebraciones también telemáticas se multiplican por las redes con posibilidad de llegar a todo el mundo.
El cristiano debe siempre ver a Dios en los acontecimientos y encontrar en ellos la parte buena que nos ayudará al crecimiento. Lo que Juan XXIII llamaba signos de los tiempos. Dios nos habla en signos. Pues bien, al Espíritu Santo se le ha ocurrido cancelar este año todas las celebraciones cuaresmales. Es un signo. Ha hecho callar los oficios divinos solemnes, las procesiones, las cofradías, cualquier manifestación religiosa que incluya reunión y multitud. Este año nos quiere hablar a todos más individualmente y nos ha llevado al desierto para hablarnos al corazón. Haremos una pascua menos celebrativa y más existencial. Quiere que descubramos a Cristo desde nuestra situación personal. Nos pregunta cómo vamos llevando nuestra vida y nos hace ver con cuánta burguesía y frivolidad hemos vivido muchas cosas. El miedo, la incertidumbre, el futuro,  están sustituyendo este año a los ayunos, abstinencias y formas tradicionales y poco operativas para realizar en nosotros un cambio verdadero. El puesto de trabajo, la hipoteca, los ertes y la debilidad económica son las penitencias que habían perdido su sentido cuaresmal.
A mí se me ha ocurrido escribir estos mensajes que os vengo ofreciendo desde hace días para ayudar en lo que pueda a conllevar nuestro confinamiento. Algunos me dicen que es muy elevado lo que escribo y puede ser. Pero es tiempo de profundizar. El coronavirus no anda con bromas ni atiende a pamplinas. Yo evidentemente escribo para los que tienen fe o desean tenerla. Escribo para los que quieren crecer en ella y no se conforman con lo de siempre. Escribo para los que quieren dejarse corregir por este virus que ha puesto muy en cuestión nuestra frivolidad social y personal.
Lo primero que necesitamos para un cambio profundo es la humildad. Hemos sufrido muchas cosas, entre ellas, guerras mundiales que no han cambiado nada porque los vencedores se hicieron soberbios y los vencidos ocultaban su soberbia en las ganas de revancha. En esta guerra de ahora es todo distinto. Es un enemigo común que se enfrenta a toda la humanidad. No es nada ni es nadie pero tiene capacidad de enfrentarnos con la muerte y eso es el fin. Estas son palabras mayores. Ante este hecho se cambia la economía y lo que haya que cambiar. Lo que queremos es ahuyentar la muerte. En nuestra soberbia pensábamos que en el siglo XXI… Mas, hete aquí, que a un pequeño bicho ya conocido en nuestros laboratorios se le han hinchado las narices y nos tiene a todos humillados hasta el polvo y encerrados en nuestras huras y guaridas como la paloma y el conejo cuando sobrevuelan el águila y el halcón.
El mundo del que venimos en su soberbia ha pecado mucho contra la fe y la ha odiado con ganas de destruirla. La fe es un don y un regalo de Dios pero en lo humano se fundamenta en nuestra debilidad y vulnerabilidad. No somos casi nada. Esto debemos pensarlo de vez en cuando, aunque no sea políticamente correcto. Si nos olvidamos demasiado, un pequeño virus se encargará de recordárnoslo. El enigma ahora es si vamos a ser capaces de aprender algo. ¿Seguirá después el endurecimiento o cambiará de signo?
El hombre del siglo XIX y el del XX están siendo humillados en el XXI. Nuestros padres comieron los agraces y nosotros sufrimos la dentera. Por cierto, pienso que a uno que no le está gustando nada esta deriva del coronavirus es a Satanás. Su argumento original para hacer pecar a los hombres, el “seréis como dioses”, no está en su mejor momento.
Señor, haznos un poco más humildes porque la soberbia nos destruye. Tu pueblo ha estado muy engañado por las paparruchas de los prepotentes y poderosos. Se ha tragado todo bajo capa de modernidad y progreso. Que al menos tu pueblo, el pueblo de la fe, aprenda algo de lo que nos estás diciendo. Haz que penetremos en la humildad de nuestra carne y comprendamos aquello que se nos dijo al principio de esta cuaresma: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”.