13. De qué somos culpables. Por Chus Villarroel

Ante esta pandemia corovinaria que estamos pasando no es inverosímil que algunos se pregunten qué culpa podemos tener nosotros en ello. ¿Es un castigo? ¿Lo merecemos? Ante todo, siendo cristianos, hay que decir lo siguiente: En el cristianismo no se quita la culpa con castigos sino con misericordia. El máximo timbre de gloria del Dios manifestado en Jesucristo es ver la cruz de su hijo dibujada en el aire sobre nuestro planeta exhibiendo su misericordia sobre buenos y malos. Esa figura maravillosa y señera nunca castigará a nadie por imputación sino solo por defecto a aquellos que rechacen su misericordia.
Solo existe un pecado, el gran pecado. No es un pecado de comisión sino de defecto. San Juan nos lo dice: “El Espíritu convencerá al mundo de pecado porque no creyeron en mí” (Jn 16, 8). No creer en él, en su misericordia, en su salvación gratuita, nos puede hacer réprobos. ¿Se refiere a algo que hemos hecho? No. A algo que no hemos hecho. Es un pecado de defecto, de omisión. Santa Teresita se ofreció al Señor como víctima de expiación por el amor malgastado, el no acogido. Le daba gran pena que este mundo tan amado no acogiera ese amor. Tú mismo puedes darte cuenta de lo mal que sabe entre los hombres la gratuidad despreciada.
Sin embargo, la pregunta inicial sigue urgiéndonos. Aceptamos su misericordia y nuestro corazón se goza en ella porque es el mayor tesoro pero ¿no somos responsables de nada? ¿Podemos quedarnos tan tranquilos? Nuestro comportamiento, ¿no merece un coronavirus de vez en cuando? Porque nuestra sociedad en estos años de atrás estaba realmente desquiciada. Todo era una búsqueda insaciable de dinero, de poder, de experiencias, de consumismo, pisoteando si fuere necesario cualquier norma y cualquier prójimo. Daba la impresión de que algún castigo habría de sobrevenir.
Pienso que el párrafo más actual de toda la biblia es el de la manzana del paraíso que se comieron Eva y Adán. La manzana significa el límite, no traspasar el límite, solo que dicho de una forma mítica muy bella. Digo que es actual porque los hombres no soportamos los límites. “¿No es mi cuerpo mío? ¿Por qué no voy a abortar si quiero?” “¿Por qué no voy a salir con la vecina del cuarto si ella quiere?” Nada de límites. Cada día nos comemos unas cuantas manzanas. Este es el pecado original que engendra la soberbia del hombre. Esto es querer ser como Dios. Esto es la fuente de muchos males.
Este pecado original se parece al coronavirus en que es un pecado de trasmisión, de infección. Nadie se muere por coronavirus pero te puede producir una enfermedad que sí te puede matar. Nadie se condena por el pecado original pero es malo porque infecta a tu naturaleza humana y hace que los pecados personales se llenen de malicia con lo que tú te vuelves soberbio y quieres ser como Dios, si es el caso apartando a los demás de tu camino. El coronavirus no mata pero produce neumonía que sí puede matar. El pecado original no condena pero produce soberbia que si puede matar el alma. En estos pecados personales ya hay una responsabilidad y podemos pagar las consecuencias. El pecado original es un pecado de naturaleza, el personal es propio de tu persona. Como ves, los dos están relacionados. La Iglesia en el bautismo te da la gracia para contrarrestar el pecado original. El bautismo es la vacuna contra el mal personal. Para contrarrestar el virus estamos buscando un bautismo, es decir, una vacuna.
No somos responsables del pecado original pero sí lo somos del personal. Entonces nos seguimos preguntando: ¿somos responsables del malestar del mundo en que vivimos? Hay males naturales como el coronavirus o un terremoto de los que no somos responsables. Estos pertenecen a la naturaleza de la realidad. Pero sí lo somos cuando es nuestra malicia la que crea este mundo y esta sociedad. Si lo pasamos mal y sufrimos en nuestra sociedad es culpa nuestra. No le achaques a Dios tus problemas. No le achaques los virus, ni las enfermedades que vienen de causas naturales. Pero tampoco  le achaques el malestar de la sociedad creado por nosotros mismos. Dios lo conoce todo pero está en otra dimensión. A nosotros nos ha entregado un mundo y una naturaleza al que debemos conocer y respetar. De lo contrario la pagaremos.
¿Qué es, pues, lo que nos ofrece la salvación cristiana? ¿Qué sentido tiene la misericordia? Te dice que los males de este mundo no tienen la última palabra. Que más allá de lo que nos pase aquí eres amado y acogido. Que en la casa del Padre te seguirán esperando si tú lo deseas. Que, si ahora en esta pandemia mueres desatendido, porque se han colapsado los servicios sanitarios, puedes ya aquí experimentar la acogida de Dios y su paz en medio del abandono. Podrás rezar y él te infundirá una seguridad y una paz superior a lo que el mundo puede dar. Eso es ya parte del reino de los cielos donde él habita. Dichosos los que entiendan este lenguaje.
¿Qué será entonces de mis pecados? Tus pecados, tus heridas, tu vida entera le pertenecen a Jesucristo que murió por ellos. Si se los entregas, sentirás su perdón y su misericordia. Es sencillo, no sufras por eso, porque lo está deseando. El mal está en endurecerte, pero te digo una cosa: “Tú que estás leyendo esto no estás nada endurecido, si no, no lo leerías”.