9. Memento mori. Por Chus Villarroel
Algo está pasando aquí entre nosotros cinco. Nubes tristes cada vez más espesas inciden sobre nuestra rutina. En Italia han muerto decenas de sacerdotes. Aquí en Madrid el virus ataca a las residencias de ancianos. En una de ellas han muerto en un día 17 personas. Nosotros somos cinco entre 73 y 85 años.
El coronavirus está pudiendo con la rutina conventual de siglos. En algunos conventos se ha suprimido la oración en común. Cuanto más separados y más lejos unos de otros, mejor. Es cierto que son órdenes médicas pero nuestro modo de ser al que nos ha acostumbrado nuestra ley, se violenta hasta el punto que empezamos a mirarnos los unos a los otros como enemigos potenciales. “¿Dónde vas? No salgas. Quédate en casa”. Uno dijo ayer: “Este sillón de ahora en adelante va a ser el mío”. Empezamos a localizar al virus entre los sillones, los platos, las cucharas. Nos incomodan las toses y todo lo que no es convencional. Somatizo el virus en las manos, en la garganta seca, en el calor del edredón.
Los amigos de Madrid me preguntan. Quieren traerme cosas para que no salga a comprar. “Te lo llevo con guantes y mascarilla y tú lo recoges a través de la verja. No nos tocaremos ni nos pondremos en peligro”. Varias mujeres solteras o separadas, teletrabajadoras que viven solas, me han dicho que, si nos pasa algo aquí, tienen habitación en su casa. Ahora encima me ataca el lumbago y en cada movimiento me da la sensación de que una legión de coronavirus me ha invadido.
Algo se va espesando en torno nuestro. Ayer de repente me vino a la mente una frase en latín que yo tenía sepultada en las aguas profundas del inconsciente: “Memento mori”. Me sobresaltó. Esta antigua frase está en la cuna de nuestra cultura. Es el saludo que se hacían los monjes cuando se cruzaban en la huerta o en las veredas de los sembrados. Memento mori, es decir, recuerda que vas a morir. Ellos se lo decían para no perder el realismo de lo espiritual y ayudarse a estar preparados para la hora del trance supremo.
Ya hace muchos siglos que cayó en desuso tal costumbre. Hemos ido perdiendo poco a poco la evidencia de la muerte cercana por el progreso de la medicina, la alimentación. No suele haber vivencias de muerte entre la mayoría. La cultura actual la tiene desterrada. Vivimos como si no fuéramos a morir nunca siendo que es lo único cierto que nos va a pasar. Me duelen los difuntos de esta pandemia. Mueren anónimos. Ni sus familiares pueden cuidarlos ni acompañarlos y despedirlos siquiera en el entierro. Las órdenes del gobierno son estrictas: sólo importan las vidas que se puedan salvar. Para la información de los medios, los muertos son puras cifras. Pienso que cualquier día me pueden sacar de aquí, dada mi edad, y no volver a ver nunca más ni a un familiar, ni a un amigo, ni a los más cercanos y queridos. Como si fuéramos todos a una fosa común. Aquí hay que cantar también: “Que solos se quedan los muertos”.
Yo al menos me llevaría mi más profunda identidad e intimidad conmigo porque me llevaría mi fe, y mi esperanza me sostendría. Tengo la certeza de que mucha gente rezaría. Yo ya lo estoy haciendo con intensidad. Todos los días digo la misa en mi habitación y lo más intenso de ella es el memento de los difuntos orando por tantos muertos semianónimos. Para los que no tienen fe, sin embargo, la muerte en esta pandemia me parece tétrica. Ni una palabra de vida, ni un descanse en paz, ni una oración, ni una compañía, ni un deseo de superar las barreras de la muerte.
Para los que hayan vivido con el memento mori presente, ninguna muerte los separará del todo. Para el hombre de fe estas palabras no son augurios fúnebres sino invitación a pensar en el más allá. ¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? Toda su amargura es superada por la fe en la resurrección. Yo sé que si en este trance de coronavirus la muerte me llega me tendrá siempre la Virgen bien agarrado de la mano. Y digo yo: si a mí sí, ¿por qué a ti no?
Sigue escribiendo, por favor, así comprobamos que estamos en comunión, tus pensamientos nos hacen bien, yo también rezo por los que no tienen la suerte de tener Fe.
Gracias Chus por tus palabras cotidianas, por tus oraciones, por tu vida entregada llena de Jesús. Sabemos el esfuerzo que te supone. Me está encantando tu libro “Mis confesiones”. Me está ayudando a comprender mi propia historia y mi evolución hasta dejar que Jesús entrara en mi corazón. Pero a partir de ese momento ¡qué descanso!. Lo de “memento mori” me ha hecho gracia y he pensado que vaya cenizos. Cuánto han cambiado las costumbres gracias a Dios. En tu jardín los árboles empiezan a florecer. Eso es lo importante. Nos lo regala el Señor.
Gracias PDE CHUS
Eres nuestra referencia, eres nuestra viga maestra en la que muchos de tus hijos, terciarios y/o carismáticos, nos apoyamos espiritualmente. Si la viga maestra se rompe, en donde se apoyarán el resto de vigas¿
Animo¡ no dejes, desde tu celda, de mandarnos estas cartas, que manan sabiduría como si de una fuente se tratará y de la que deseamos seguir bebiendo.
Un fuerte abrazo desde mi celda, en estos momentos, igual que la tuya, confinados físicamente pero libres como nos hizo el Señor, para continuar diciéndole que SI.
Andres