Brilla en las tinieblas. In memoriam Mamen Macías O.P.
Brilla en las tinieblas
En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo
In memoriam Mamen Macias O.P
Hace ahora una semana que María del Carmen Macías, partió a la «Nueva Jerusalén»; para mí no era María del Carmen (Mamen), era Macías, en contraposición a otras María del Carmen y, sobre todo, para distinguirla de su hermana Miriam. Mucho he pensado en esta semana sobre el acontecimiento del miércoles 9 de septiembre de 2015, y sobre todo de los días previos.
Lo primero es que fui camino de Ávila, a su funeral, con un verso del libro de los salmos rondando «En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo» (salmo 111), y durante todo el día que me estuve preguntando a quién se dirigía este salmo y porqué en estos momentos.
Lo segundo, fue llevada a mi querido Sto. Tomás (para nosotros San Toto) querido, por ser un lugar donde compartí muchas cosas con María del Carmen, Miriam y con otros hermanos de Renovación Carismática; querido por ser el lugar donde, no sin cierta intervención de María del Carmen, me enamoré de la Orden de Predicadores (dominicos), pero particularmente de la Provincia del Rosario (Nuestra Sra. del Santísimo Rosario de Filipinas) –su y nuestra Provincia-, del oriente, un lugar donde alguna vez que otra soñé vivir como fraile dominico recreándome, en mi imaginación, en el hecho de pasear absorto por el estudio por aquellos claustros (Noviciado, Silencio y Reyes) con el hábito, capa y capilla. Muchas veces allí me hospedé buscando el silencio, pero sobre todo la voz del Señor.
Allí me hospedé el fin de semana anterior a su partida, y allí nuevamente llegué a su Iglesia sobria, esbelta, vertical e inquebrantable, me ubique en los sitios que me eran familiares (los bancos del lateral izquierdo de la capilla del Santísimo, la nave central ante el retablo y altar superior, evidentemente no pude acceder al coro <pues tal sitio es el preferido para mí por ser el mejor y tener mejor vista y “solera”>).
Pero decíamos que llegué a la Iglesia y curiosamente a la intempestiva hora de las 16, en la que se estableció el funeral, el templo no me pareció gris oscuro, granítico, al contrario existía una luz especial (quizá desconocida para mí por la hora, ya que en otras ocasiones cuando fui era por la mañana o por la tarde). Y nuevamente la palabra del Señor, vino a mi «En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo».
Sí, desde que entré en la nave central de la Iglesia hasta la entrada del cuerpo sólo vi una congregación incrementándose, su familia, aquellos miembros de lo que coloquialmente denomino «la generación exterminada (de la Renovación Carismática en Castilla y León)», gentes de Madrid, Álava, Galicia, Palencia, hermanos de los grupos de Renovación: Caná, Fray Escoba, Maranatha…, La fraternidad de terciarios dominicos Jesus Obrero (casi todos con nuestras insignias), muchos de mis queridos frates de la Provincia del Rosario, muchos presentes y más los representados (las monjas de Clausura –Lerma, Toro…-, los hermanos de Núremberg y Múnich…).
La pregunta seguía en interior ¿Quién brilla como una luz, precisamente hoy? Avanzo la respuesta.
Desde luego en todo momento excluid a María del Carmen, pues el citado funeral solamente brilló JESUCRISTO, y no sólo porque se encendió el cirio Pascual como signo de su presencia resucitada sino que Él estaba presente, y tal presencia solamente tenía como contestación la adoración, o mejor este ‘silencio’ que en Renovación conocemos tan bien cuando el Señor se hace presente en su pueblo. Lo que bíblicamente se conoce como la sekiná (shekhiná, según otras traslaciones): la tangible presencia y gloria del Señor.
La verdad, es que cuando llegó María del Carmen, sus restos, se me quebró el alma al punto de ver su nombre en la caja puesto con una pegatina «dymo», algo sin “glamour” más propio de un escolar; se me quebró el alma, no el ser.
Por suerte, o por desgracia, en los reinos de León y Castilla se siguen produciendo hombres y mujeres esenciales, aquellos que con una mirada basta, se dice todo, y se actúa.
Así era María del Carmen, así muchas veces nos entendíamos sobre todo en los periodos de su pluriactividad, sólo con una mirada, con la que en los ministerios de música se dictamina el canto, o incluso la lectura de la palabra o una profecía. Ni que decir tiene que en las necesidades –médicas o no-, parecía estar al rececho ante cualquier necesidad, servicial siempre disponible, daba igual el tiempo, el lugar o la situación, antes de reaccionar ella ya estaba de vuelta. Como la noche que nos pasamos en el hospital de Móstoles acompañando el ingreso de “urgencia” al Párroco (también dominico) -fallecido de cáncer- de la Parroquia de San Martin de Porres en Móstoles.
Así fue también en nuestro último encuentro, cuando postrada en el hospital, sólo al verla, y cogerla de la mano, le dije: «lo sé, ni te muevas, no digas nada». Pues sabía el tremendo esfuerzo que le costaba moverse y hablar (¡Quién lo diría! pues en sus mejores épocas hubiera dado tardes de gloria en un parlamento ejercitando el filibusterismo); mucho no habló ese fin de semana, solo besaba al Cristo crucificado que tenía en su pulsera de la mano izquierda, comentando su familia, la frecuencia del gesto; al día siguiente supe por Viti que lo único que afirmaba el domingo –alzando los brazos- era que «Todo es gracia, lo importante es el Señor». Curiosamente eso me recordó a lo que cuentan de Julio Figar O.P que antes de su muerte insistía afirmando la “irrealidad” de este mundo y la sola realidad del Señor.
Pero estábamos al punto de la entrada del féretro a hombros y tras ella sus padres; cuando una vez más, tras pasar un cierto ‘sarcasmo profético’ me recorrió. Digo ‘sarcasmo’ y digo ‘profético’, y en cierta medida como provocación o hipérbole, pero también porque no tengo otro medio, ni palabra, para definir estas situaciones en que mi mente va rápida, juzgando situaciones, proyectando escenarios, estableciendo planes de contingencia, ponderando opciones para luego concluir y ejecutar. Y así, al ver la iglesia llena, todo el mundo estabulado en los bancos –y hasta las cartolas-, todos los presbíteros, diácono y lector incluido, en la sede, pensé: «Coño, una boda».
Y la verdad, la luz de la hora de nona, en una iglesia donde todos estábamos “ad Orientem”, las cristaleras hacían brillar el retablo con una luz extraña (cuestión de óptica, nada más), los presbíteros (20) en el altar, que simboliza al Cristo, y Mamen allá llevada, no pude cuando menos recordar el salmo 44:
«De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir, hijas de reyes salen a tu encuentro, de pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir. Escucha, hija, mira: inclina al oído, olvida a tu pueblo y la casa paterna, prendado está el rey de tu belleza; póstrate ante él, que es tu Señor, las traen entre alegría y algazara, van entrando en el palacio real»
Soy consciente que en la tradición de la Iglesia, este salmo se imputa María, como «madrina» de los desposorios del alma/Iglesia con Cristo que se presenta como rey enamorado y que mira la belleza de aquellos a los que «alza de la basura» (¿del punto cero? ¿Del vacío como crisol de gratuidad?) Para sentarlo con los «príncipes, los príncipes de su pueblo».
En unidad de acto a lo anterior, ya no me pude quitar la palabra «boda», ni «mar de cristal», ni «nueva Jerusalén» y mucho menos «bodas del Cordero», y en ese momento el Señor inspiró una «visión» con una fruición tremenda, pues “vi” a María, la madre del Señor, al frente del féretro (o lo que es lo mismo a María del Carmen “de lino fino” -tras su manto-, algo propio de la Orden de Predicadores a la que pertenecía como terciaria) a la derecha de María del Carmen, Sto. Domingo de Guzmán, y a su izquierda Sta. Catalina. ¿Y a los flancos y la retaguardia? En los flancos en el primer anillo más cercano los mártires, confesores y santos de su (nuestra) amada Provincia del Rosario (no sé porque me acordé de Concepción Andreu O.P (+) –también terciaria dominica vinculada a la Provincia-; de ambas en aquella Pascua en Herencia en que Mamen la ayudaba en todo (creo que tenía Concepción 103 años, además de estar impedida y ciega-¿?-), incluso sujetándola cuando tras la vigilia pascual Concepción quiso bailar con su Amado), en el segundo anillo el resto de santos de la Orden, en el tercer anillo los ángeles y los santos de la Iglesia triunfante. ¿Y a retaguardia? Pues todos aquellos que estábamos en la Iglesia encabezados por sus padres y familia.
Nuevamente, pensé que la mente se me había acelerado, hasta que la monición de entrada, realizada por un hermano de Sonseca, confirmó lo anterior. Así que me estuve relamiendo toda la eucaristía, Macías una vez más llevando JESUCRISTO por caminos insospechados, tan insospechados que, en todo el funeral (en las tinieblas) quien brilló como una luz es el Justo, Clemente y Compasivo: Jesucristo. En pocas ocasiones he asistido a funerales con tanta unción, compunción y quebrantamiento. Sí, sé que objetivamente en el sacramento de la eucaristía la presencia es Real e incontestable, pero creo que “subjetivamente” el Señor dispuso una “tangibilidad” mayor de su presencia y gloria –si vale la expresión- como confirmación al Pueblo de Dios, consuelo a su familia y profecía a los incrédulos e increyentes (“El Testimonio de Jesús es el Espíritu de profecía” –Ap.19, 10- ).
Alguien puede pensar que siendo Macías una carismática dominica, y sus allegados también de tal condición, siendo legión los que allí estábamos, que eso se convirtiera en un «sarao». Lamento decir que, como bien muchas veces el que hoy informa y Macías corroboraba, la Renovación Carismática no es la charanga de la Iglesia, y en lo carismático no hay frivolidad, todo lo contrario.
En los funerales de Macías sí algo se proclamó que manera inmisericorde es la gratuidad de la salvación, el señorío de JESUCRISTO, en medio de la tiniebla del cáncer, pero sobre todo, resonó la adoración, como el son del “Shofar” (sí, el mismo que Macías compró en Jerusalén en el viaje del Éxodo –y que olía a carnero con mandilón que echaba para atrás-, y que los hebreos utilizan para congregar al pueblo en el culto o en la batalla).
Pues como no calificar de atronador “Shofar” los cantos entonados por sus hermanos de sangre (¿Cómo lo hicieron? No lo sé, el resto casi ni podíamos sostener un “La”) y ¿la congregación? Cuando lo habitual hubiera sido el lloro desesperado, la ira incontenida o la maldición quejumbrosa (sí, como en el profeta Isaías, el libro de Job o la Pasión de Jesus, ¿Sí era amada de Dios porque no la libró?). No fue así, ni pudo ser.
Macias pertenecía a un pueblo, un pueblo que confiesa a Cristo. Cristo, manifestado como vencedor absoluto que propicia y dona Su Victoria. Esta conciencia de victoria gratuitamente donada es el roquedal inquebrantable de quien confiesa a Cristo como Señor en su corazón, labios y vida y que aleja toda duda o desánimo. Certeramente lo ha expresado Juan Pablo II (Mi decálogo para el Tercer Milenio, Madrid 1994,18): «Nosotros estamos llamados a vencer al mundo con nuestra fe (1 Juan 5, 4), porque pertenecemos a quien con su muerte y resurrección consiguió para nosotros la victoria sobre el pecado y la muerte y nos hizo capaces de una afirmación humilde y serena, pero segura, del bien por encima del mal. Somos de Cristo y Él es quien vence en nosotros. Debemos creer esto profundamente, debemos vivir esta certeza, o de lo contrario las continuas dificultades que surgen tendrán desgraciadamente la fuerza de inocular en nuestras almas la carcoma insidiosa que se llama desánimo, costumbre, acomodamiento pleno a la prepotencia del mal».
¿Y no fue así? La fe de Macías, del pueblo al que Mamen pertenecía se funda en lo anterior, en la gratuidad de la Salvación, de la victoria, ya conferida por Cristo, por eso en el llanto no hubo dolor, en la perdida no hubo desesperación, solo el reconocimiento de la presencia y la gloria del Señor en la vida de Mamen
Y, La adoración ¿Por qué? Porque en definitiva allí nos habíamos congregado de los cuatro vientos, y la congregación, de cielo y tierra sólo reconocía la obra del Señor en Macías, en la cruz entre tinieblas que el cáncer era, se proclamó Su victoria. Adoración que nos llevó a la Alabanza que nacía desde ambas orillas, y que desde luego, en esta, como una galerna –como una ciclogénesis explosiva- se cernía sobre nosotros.
Lo tercero, yo llegué tarde para darla tierra, tras el funeral me entretuve un poco en Sto. Tomás con mis frates, aun así, puede llegar a tiempo al cementerio; el grupo de Sonseca se estaba despidiendo cantando «el mar de cristal», así que cuando ellos terminaron, empecé yo, en régimen de segundo turno (no había podido llegar al tanatorio). Una de las tradiciones que me enseñaron durante el postulantado en Alcobendas era la de orar todos los días por los difuntos, y casi todos los días, proclamo el salmo «De profundis», seguido del responso; incluso en el coche –en mis múltiples viajes- si paso cerca de algún cementerio, también lo hago. Junto a esa tradición, también me enseñaron otra, de gran consuelo, que se enraíza en la comunión de los santos. Comunión que es, no se presume; y de hecho cada noche (si antes no me duermo) tras la Salve, recito tras el “O lumen” el «O Spem miram» (hace referencia al momento de la muerte de Sto. Domingo cuando frente a aquellos que estaban llorando, les consuela diciendo que su intercesión será más útil en el cielo. Y toda la Orden canta «Cumple padre (como castellano, esto es mío) lo que prometiste socorriéndonos con tus plegarias”). Y allí, al pie de la fosa, responso en boca, y el “O Spem miram” como colofón me despedí de Macías, sabiendo que ya está ante el Trono de Gloria y vistiendo el “lino fino”. Pero aun así, ante nosotros se cernía la galerna.
Lo cuarto, no hay viento sin tormenta, ni lluvias sin aguacero, y así fue, pues tras el entierro, varios nos juntamos a beber algo, asistidos de torreznos, signó este de la misericordia de Dios, pues nuevamente el Señor aconteció (como también suele ser habitual entre nosotros, pues allí solo se habló de la obra del Señor en nuestras vidas, ¡Ay! Cuantas peleas tuvimos contra servidores y santurrones –valga la redundancia- para defender el derecho a que en los encuentros pudiéramos estar así juntos en comida y bebida). Único momento en que pude estar con su hermana Miriam, tan cercana y querida para mí.
Y así fue, pero antes de avanzar, recordad el salmo 126, 5 que dice:
«Los que sembraron con lágrimas con regocijo segarán, irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla, más volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas».
Se desató la Galerna. Sí, quizá en el funeral no pudimos alabar a voz en cuello, no pudimos exaltar con una alabanza hiciera temblar los cimientos y la fábrica de la Iglesia, pero el llamado a la adoración era incontestable ante la teofanía. Pero Doy Fe, no sólo por mí, sino por más gente, que a la vuelta la alabanza, en regocijo, fructificó y floreció. Así pues una vez llegado a mi «santuario», es decir el coche pues es el lugar habitual de relación con el Señor en mis viajes, una vez enfilada la A-6, la alabanza fue tremenda, las aclamaciones al Señor y los cantos como si fuera el desfile de una división acorazada (el vehículo haciendo kilómetros de una manera suave y sin rebasar los 110 km/h, sin obstáculos, sin circulación), y el reposa brazos aguantando los golpes de mi mano marcando el ritmo con prusiano frenesí a mi voz en cuello.
Así pues, comencé entonando aquella vieja canción que decía, y dice: «Cristo rompe las cadenas (x3) y nos da la libertad. Cómo es posible yo vivir sin ti Jesús, si el fundamento de mi vida eres tú, tú me libraste del infierno y de la muerte, como es posible vivir sin ti Jesús. A quien iré, a quien iré, a quien iré sino a Jesús, él me salvo, mi vida transformó, a quien iré sino a Jesús», a partir de ahí la alabanza sin tregua ni cuartel. Canción, por cierto, que muchas veces se entonó con María del Carmen, y que múltiples ocasiones escuché en entierros de personas de Renovación de la primera generación. Ahora igual nos da vergüenza, quizá parezcan canciones tabernarias, más propias de un “oktoberfest” pero están tan ungidas con el Kerigma que son irrefutables, como fue el paso del Señor por el funeral de Macías.
Como decía sé que no fui el único, que otros hermanos más les pasó lo mismo, dando cumplimiento a la palabra del salmo anteriormente dicho, es más, la mayor “gamberrada” es que en la asamblea de oración, de este miércoles en Maranatha, la misma se desarrolló de manera inédita, basta escuchar la misma en la web para ver la proclamación de la resurrección de Jesús, el Cristo. Y en ella la resurrección de Mamen. Tanto extrañó, que la persona que dio la enseñanza no se explicaba ni el cómo y el porqué, no estaba previsto, ni planificado (quizá nada supiera)…
Para algunas personas el aplauso cerrado (mejor, los aplausos, que fueron varios) al punto de finalizar el funeral les recordó al «Santo Súbito» de Juan Pablo II, yo no llegué a tanto pues entendía que la aclamación era al Señor Resucitado –no teníamos voz para palabras, ni posibilidad de “lenguas”-, pues como bien se dice en las alabanzas para la reparación de las blasfemias «Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos» y así sucedió, pues al faltar palabra, el pueblo de Dios en aclamación “bate palmas”.
Pero no solamente eso, la aclamación recordaba, sin género de dudas a la «nube de testigos», pero también al texto de la Carta de los Hebreos cap. 12 «Os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel… así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios adorándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor».
Alguien quizá pueda pensar que nos tomamos con frivolidad el cáncer de una vida arrebatada con 52 años, no es frivolidad, antes bien, aquello es una putada sin paliativos, una cabronada sin remisión; pero no es menos cierto que aquellos que hemos conocido a Macías, que aquellos que hemos compartido la fe con ella, que aquellos que la hemos escuchado una y otra vez decir Jesús es mi Señor, no podemos callar, ni obviar, el paso de su (nuestro) Señor por su enfermedad, no podemos ocultar la acción del Espíritu Santo preparando las Bodas del Cordero, y desde luego encubrir la Pascua del Señor en su funeral y los días siguientes.
Sta. Teresa de Jesús, paisana de Macias, afirmaba que en el mirar siempre existe un referente, y ello supone que quien vive por fe se polariza de continuo en la figura humana de Cristo, “el más bello de los hombres”. El Señorío de Jesus el conocimiento de Jesus –Dios y Hombre- en medio de su pueblo lleva al anhelo. Macias gustaba cantar, mucho, hay varias canciones memorable “Mi Cristo, mi Rey nada hay como tu…” (En su traducción clásica, no la que viene en el cancionero), “Las bodas del cordero”, “Abre mis ojos oh Cristo… yo quiero verte” pero tuvo un himno, en los últimos tiempos, que dice “Mas de Ti menos de mí” es la versión abreviada de aquello de San Juan de la Cruz «¡descúbreme tu presencia, y máteme tu vista y hermosura; mira que la dolencia de amor, que no se cura sino por la presencia y la figura!”
Este buscar, esta «sed» que arrecia sólo se calma viendo, cara a cara el rostro de Dios. Juan Pablo II (Mi decálogo para Tercer Milenio, Madrid 1994, 20) señalaba: «este Dios Viviente es en realidad el baluarte último y definitivo del hombre en medio de todas las pruebas y sufrimientos de la existencia terrena. El hombre anhela poseer a este Dios de manera definitiva cuando experimenta su presencia. Su esfuerzo por llegar a la visión de su rostro, como recuerda el salmista: ¡como el ciervo anhela las corrientes de agua, así que desea mi alma, Señor!».
Incluso nos hemos reído con la posibilidad de abrir «una causa de canonización» a Macías, conociéndola nos diría que no hiciéramos el gilipollas (sic.). La verdad es que he de gracias al Señor por toda la gente que me puso en el año 1992 tras recibir el bautismo del espíritu, esa generación en la que estaba Macías y de la cual soy el Benjamín, de esa generación que disfruta como patrimonio exclusivo e irreductible las llamas y brasas del fuego, del bautismo del espíritu. Doy gracias a Dios por haber coincidido con esa generación y con ella en muchas Pascuas de Castilla y León (antes de la absurda división en provincias eclesiásticas, y mucho antes de la querella estatutaria) de los retiros de música, regionales y nacionales, de estar en las mismas trincheras en Renovación defendiendo el señorío de Cristo, el bautismo del espíritu, la gratuidad de la salvación, la libertad del Espíritu Sto. para obrar, la alabanza, el santuario interior y la conciencia, (v. gr. el evitar el uso del nombre del Señor en vano con tantas “obediencias” o el clásico “Dios es un dios de orden” como instrumento de control), la espiritualidad de arranque de conocer, amar y seguir a Jesús como Salvador, sin gilipolleces, sin afecciones, sin untuosidades o espiritualidades etéreas.
Recuerdo las broncas con las coordinadoras regionales, nacionales, con algunas mega-híper ferralíticas responsables de los grupos, de los ministerios de música y alabanza por la «falta de seriedad espiritual», de “obediencia” que en los retiros, en las pascuas u otros eventos teníamos cuando por la noche esa generación con petacas (recuerdo una persona de Segovia, incombustible con su botella de Torres 10), galletas, café y guitarras, hasta las altas horas de la mañana, biblia en ristre nos atrincherábamos en alguna habitación o lugar apartado de la casa compartiendo, escudriñando las escrituras, y soportando a los servidores cuan feroces «grises» disolvían, con escaso éxito, la verdad, estos verdaderos grupos de crecimiento; recuerdo que para mí fue una verdadera liberación esos encuentros nocturnos, esos cantos, el poder hablar de la palabra del Señor o de las enseñanzas con un café o una copa, y sobre todo con mucho tabaco, pues yo que venía de entornos absolutamente tradicionales donde el retiro equivalía al silencio, meditación y ejercicios espirituales, veía esponjar el alma del descanso en el Señor con el ocio más simple, sin afán de transmutarnos en clericalilla. Qué lejos esos tiempos, esa simplicidad, esa naturalidad y esa encarnación suplantadas por «no sé qué» dinámica de espiritualidad. Falta de encarnación, falta de teología o quizá peor, la vieja medusa que con sus sierpes del pelagianismo, jansenismo, catarismo, gnosticismo y maniqueísmo vuelve a envenenar con simple fulgor de su mirar y el siseo de prometer lo “espiritual”.
No puedo dejar de dar gloria a Dios; no puedo dejar de aclamar la Victoria de nuestro Dios en Macias, quien nos la dio como “hueso de nuestro hueso y carne de nuestra carne”, tanto en la Orden de Predicadores como en la Renovación ; no puedo callar ante quien avivó en mí de una manera significativa el carisma dominicano, y su inserción en la Provincia del Rosario, quien en los momentos más duros de mi vida durante mi depresión y acidia -más bien reprobación- siempre recordó el Señorío de Cristo, incluso en la gilipollez de mi memorial de agravios contra el Señor, la irrevocable gratuidad de la salvación, a pesar del comportamiento cerril y obtuso; y sobre todo ante quien, carismática y Dominica, vivió con plenitud y fecundidad su vida (deporte, caza, pesca, su familia, su profesión, sus sobrinos, sus dominicos, sus hermanos de RC…), plenitud y fecundidad que solamente ahora, tras su muerte podemos observar en su amplitud, y que solamente se nos ha revelado tras la cruz del cáncer. Como diría Víctor Manuel “dos veces, dos has tenido ocasión para jugarte la vida en una partida, y las dos te las jugaste”. Se jugó todo por Cristo, y como Job, Macías sabía que su defensor Vive y, sobretodo, no lo callaba, a destiempo y a tiempo.
Ella fue una de las personas que me regaló, y firmó, el oficio divino dominicano cuando entré en el postulantado (tantas veces insistió en que debía ser sacerdote dominico), y en la nota lo único que puso es «es el Señor». Ella fue, es una de las personas, que más insistió en que dejase que el Señor activara en mí, dentro de Renovación, los dones de palabra que me habían sido dados, pero solo consagrados, refrendados y confirmados tras la profesión como terciario dominico, la “exigencia” que escribiera y pusiera palabra.
Dominicanismo compartido, pues ella, pese a que en el pasado estuvo en el Movimiento Juvenil Dominicano, fue refractaria a la profesión como terciaria (hablo de hace más de 10 años cuando lo comentamos), pero profesó el mismo día que yo, y eso que muchas veces comentamos la “necesidad” de nuestra vinculación como terciarios a la Provincia).
Espíritu dominicano no solo en cumplir el lema de la Orden: laudare, Bendecire, praedicare: Veritas. La Verdad que es Cristo, la alabanza en el culto y fuera de él, la bendición en el servicio (a pesar de su carácter e hiperactividad) y el predicar (no tanto en enseñanzas o catequesis, sino en conocer, poner palabra o formular las promesas, dones o inspiraciones del Señor, pero sobretodo que llegase la Predicación y los libros a los grupos, conventos y personas que no los tenían).
Tanto es así que hasta el día de hoy realmente no podido escribir nada, tras ocho años de silencio, a salvo claro está, lo que a modo de primicia he tenido en la semana de oración de Santiago de 2015.
Por ello, si estás leyendo estas líneas es porque conocías a Mamen Macías, lo único que debes hacer ahora mismo es dar gracias a Dios, unirte a la alabanza por la acción de Dios en Macías, no más. Y esperar el postrero día en que la volvamos a ver en la Nueva Jerusalén.
Ignacio M. O.P
Tan solo agradecer como hermano de Mamen, los testimonios tan emocionantes que de ella ofrecéis, y agradecer a Dios que mi hermana compartiera con vosotros muchos días de su preciosa vida.
Querido Carlos, muchas gracias por escribirnos. Compartimos tu dolor por la separación de Mamen pero también la certeza de su resurrección en Jesucristo. Sentimos el amor, el entusiasmo de tu hermana y su presencia resucitada en muchos momentos, durante la oración de los miércoles, en el seminario de iniciación que estamos celebrando los jueves y en la vida diaria, muchos de nosotros recurrimos a su intercesión ante Jesucristo. Sabemos que está gozando en la Gloria del Señor y sentimos la comunión con ella y con vosotros, su familia. No hace falta que te invitemos a Maranatha porque sabes que es tu casa como lo ha sido de Mamen y sus puertas como los brazos de nuestro Señor están siempre abiertas para acoger a todo el que quiera vivir la Gloria de la Resurrección. Te enviamos un abrazo muy grande.
Fiel compañera
Buena amiga
Y si hay persona que se merece el cielo es ella, no e conocido a Naaadiiie que fuera tan bondadosa y leal como Mamen.
Firma:
Maria Sotos (tu vigilante del SAR).