Unidad en la Renovación carismática (5)

Cuando el Espíritu Santo te da un conocimiento profundo de la humanidad de Jesucristo, te da a la vez la certeza de tu salvación gratuita. Esta gratuidad es otro timbre de gloria de la Renovación porque ha sabido formularla desde hace muchos años como nadie. Ya sabemos que es teología de la Iglesia pero durante siglos ha estado en penumbra, oscurecida por la eficacia de nuestras obras, de nuestros méritos, de la necesidad de conquistarnos el cielo por nosotros mismos. Ahora se renueva la alabanza, como signo de esta gratuidad, porque ésta sólo se da cuando te regalan algo gratuitamente, sin esperarlo ni merecerlo.
El Señor le ha hecho a la Renovación un regalo magnífico e inesperado en la persona del papa Francisco. Después de años de luchas en la predicación de la gratuidad que nos daba el Espíritu Santo, viene el Papa y nos dice confirmando al pie de la letra la gran intuición de la Renovación: El Reino de Dios es un regalo. La gran tentación es la de buscar la fuerza en otro lugar que no sea la gratuidad. La comunidad cristiana ha sido sometida continuamente a esta tentación, ya desde el inicio. Nuestra fuerza es la gratuidad del evangelio. A esta tentación se une otra que es la del proselitismo. Así la Iglesia no va. El Señor nos ha invitado a predicar no a hacer proselitismo. Citando a Benedicto XVI, ha insistido que «la Iglesia crece no por proselitismo, sino por atracción». Y esta atracción, dijo, viene del testimonio de «aquellos que desde la gratuidad anuncian la gratuidad de la salvación. (Cfr. Homilía en Santa Marta 11 de Junio de 2013).
Hemos tenido que aguantar durante muchos años la acusación de protestantismo. No me voy a parar aquí a mostrar las diferencias que tenemos con los protestantes entre otras razones porque ya está suficientemente aclarado en otros escritos. Lo que sí quiero hacer es dar gracias a Dios por esta revelación y por la alegría que nos viene de la autoridad del Papa confirmando la gran intuición de la Renovación. Sin esta gratuidad, la Renovación perdería su médula y su esencia. Imaginad la alabanza sin la confianza plena de estar salvados ¿a qué sonaría? ¿Cómo vamos a alabar y con qué fuerza a uno que podría condenarnos al infierno al menor descuido? De ahí que la alabanza sea el termómetro que mide la calidad de la oración de un grupo. Cuando se apaga la alabanza y cesan las lenguas, ese grupo se siente cada vez menos salvado.
Yo espero que en ambos lados de la Renovación española se mantenga este fervor de la alabanza y este orar en lenguas, expresiones ambas las más claras, de la salvación gratuita. Cuando los grupos en vez de alabar y dar gracias le cuentan al Señor sus penas se hacen centro ellos mismos de la alabanza y la trasforman en un desahogo. Ya no es la acción de Dios y su bondad, ya no es su salvación gratuita, manifestada en Cristo Jesús, la que ocupa nuestros sentimientos y el centro de la oración; somos nosotros y nuestras peripecias. Ahora bien, para eso hay que mantener una teología clara de lo que significa estar gratuitamente salvados.
Gracias a Dios en la Renovación de España hay suficiente predicación y suficiente literatura para que nadie deje de darse por aludido al leer o escuchar estas cosas. Hay suficientes revistas, grabaciones y páginas web para que todo el mundo conozca el mensaje y sepa reconocer lo que el Espíritu Santo nos ha dicho a lo largo de tantos años. Lo mismo sucede con la literatura. Debe saberse que muchas de esas páginas escritas no proceden de invenciones u opiniones particulares sino que están ungidas por el Señor al que no le gusta echar su gracia y su palabra en saco roto.
Termina el Papa la homilía corroborando lo dicho y citando dos signos magníficos que nos presenta como principios de discernimiento de nuestra gratuidad. El primer signo de que nos habla es de la pobreza. La pobreza de espíritu es el correlato de la gratuidad. Sólo los pobres desean y permiten que se les regalen las cosas. El otro signo, añadió el papa Francisco, es la capacidad de alabanza: cuando un apóstol no vive esta gratuidad, pierde la capacidad de alabar al Señor. Esta alabanza, de hecho, es esencialmente gratuita, es una oración gratuita: no pedimos, solo alabamos. Estas son las dos señales de que un apóstol vive esta gratuidad: la pobreza y la capacidad de alabar al Señor. Y cuando encontramos apóstoles que quieren hacer una Iglesia rica y una Iglesia sin la gratuidad de la alabanza, la Iglesia envejece, la Iglesia se convierte en una ONG, la Iglesia no tiene vida. Pidamos hoy al Señor la gracia de reconocer esta gratuidad para ir con ella a predicar el evangelio.
Chus Villarroel, Julio 2015
Unidad en la Renovación carismática (5)