Testimonio de María Concepción P. R.

Mi testimonio
En mi parroquia el Cristo que preside la Asamblea es una talla en la que, a pesar de estar crucificado, ya está resucitando. A su izquierda está la Virgen que dirige al niño. Es casi imperceptible pero no está sujeto. Ella alza sus manos dirigiendo a su hijo, como lo hacen todas las madres cuando los niños, con inseguridad, comienzan a caminar. Lo que voy a contar aquí es una pequeña parte de mi vida, en la que crucifixión y muerte, gloria y resurrección se dan la mano, y en la que, en medio de las llamas, la Virgen me ha sostenido, dejándome caminar libremente pero guiándome con su amor maternal.
No me da pudor hablar de mi propio testimonio dentro de mi vida como creyente. No me lo da porque millones de personas han pasado por lo mismo que yo en todo el mundo y porque a través de estos testimonios, muchas cambian sus vidas. No hubiera pensado lo mismo en el tiempo en que sucedieron las cosas que hoy me hacen estar aquí tal como soy y tal como estoy. Por aquél entonces mi decisión fue un puro acto de fe y confianza, en la soledad de mi libertad, cuestionándome sobre mi propio juicio, sin saber que dentro de mi vida como creyente –otros no están en la vida de fe cuando lo vivencian-, muchas prácticas estaban obstaculizando la Gracia de Dios, y con ella, la salud no sólo de mi cuerpo, sino de mi alma.. Con disimulo, o descaradamente. Y como sociedad, aún más, como creyentes, las hemos acogido sin saber el precio que pagamos con ellas. (1) Me gusta poner el ejemplo de una taza a la que se quiere llenar de agua. La gracia entra sin problemas hasta llenarla. El pecado agujerea la taza, de manera que la Gracia se derrama y no puede llenarla. La vida de Gracia es la vía de la Felicidad y la Vida, en la que rebosamos de la fuente que nos la da, en la persona de Jesucristo y por la acción del Espíritu Santo.
Inquieta desde mi infancia, he leído mucho hasta el día de hoy. Tengo vivos recuerdos de mi padre leyéndonos a todos los hermanos religiosamente cada noche, un fragmento de libro antes de acostar. En cada etapa de la vida las inquietudes personales e intelectuales cambian. Esto es importante saberlo, porque la persona dispone de una idoneidad concreta para desarrollar unas virtudes, conductas y formas de pensamiento que le condicionarán en un futuro.
Recuerdo el conjunto de mi infancia como una etapa feliz pero jalonada de sufrimientos y pruebas personales en la que tuve que poner todo mi empeño en superarme. Desde una limitación física, que con ayuda de quienes más me querían, pude superar a través del ejercicio físico, el esfuerzo y las ganas de crecer, pasando por la vivencia fuerte del fallecimiento de familiares muy queridos o la llegada de enfermedades a la familia. Por otra parte, una actitud de oposición asertiva me servía de vehículo para reafirmarme como persona y reaccionar a un entorno doloroso. Recuerdo a mi madre enfermar de esclerosis múltiple con su primer brote una noche de Nochebuena, recién nacida una hermana, el cinco de Diciembre, y fallecido tres meses antes un abuelo con quien experimentaba un fuerte apego. Yo tenía diez años. También tengo en mente los siguientes años en que fuimos bandeando en la familia nuestras vidas como supimos y pudimos cada uno de nosotros.
Llegada la adolescencia, la etapa de las efervescencias, los grandes ideales y las preguntas incontestables, la individualización de la persona y los cambios físicos, canalicé mis inquietudes con la lectura. Esta vez atraída por temáticas pseudocientíficas, humanistas sin apellidos o abiertamente esotéricas. Todo ello acompañado de la escucha de un programa de radio que me tuvo enganchada durante tres años. Mientras tanto, seguía recibiendo una formación religiosa sólida, fundamentada en las verdades de fe y la ortodoxia en la práctica, que verdaderamente me alimentaban interiormente. La efervescencia no sabe de peligros.                                                      Me fascinaba todo lo que se relacionara con la Nueva Era (New Age). La belleza de las autoafirmaciones -un elogio a mis afanes de superación-, la sensibilidad al hablar de la persona humana, la cuidadosa atención a las realidades sociales desfavorecidas, la idea de sanación del planeta, la serenidad de la meditación y la música con sonidos de la naturaleza. Mi inquietud sobre el estudio de la persona humana, su cerebro, su vivencia de la realidad…. Y un Jesús despojado de su divinidad, un maestro. Al que, por otra parte, yo verdaderamente quería.
Con el paso del tiempo y los años, una vela en Dios y otra en el diablo (el Arcángel en medio), yo cambiaba, pero no lo percibía. Igual que la Gracia Santificante no puede ser vista con los ojos de la carne y va cambiando a la persona poco a poco, conformándonos a la Divinidad de Jesucristo, las cosas del Otro también van transformando a la persona, de manera que el poso, es siempre el mismo: en el creyente el abandono de los Sacramentos y la vida de Gracia. En el que no conoce la fe, un progresivo alejamiento, recalco, casi imperceptible.
En mi vida de oración dejé de llamar a Jesucristo “Señor”, término serio, frío, alejado. ¿Señor?. No. Tú eres mi Jesús, conformado a mis gustos, que todo lo aguanta, amigo, hermano, maestro, filántropo. Pero es que, ése Señorío es la esencia del cristianismo: El Padre, que por amor se encarna en nuestra humanidad, para saber lo que es el dolor, la miseria, la soledad. ¿Puede un Dios hacerse todavía más cercano a mi realidad?. Señor, porque en su humanidad se reúnen todas las cosas creadas, hechas por Él y para Él. Esto sólo se puede comprender, más bien, amar, desde la acción del Espíritu Santo.
Por aquél entonces ni se escribía ni se hablaba de los efectos de ciertas prácticas autodenominadas terapéuticas, primero en el espíritu, para luego dañar el alma, pero el Capellán de la Facultad donde había estudiado mi carrera, muchos años antes, ya me había encomendado la lectura de algunos libros. Por los medios de formación Cristiana a los que acudía también me llegaron algunas lecturas que me inquietaron dentro de mi aletargamiento. Yo seguía. Lectura, investigación, complementos al método científico. Todo era evidente, empíricamente cierto, ¿no sería que los cristianos exageramos mucho?. No, no puedes ser escrupulosa. Las practican hasta Religiosas y sacerdotes. Unos queremos avanzar…..y otros se quieren quedar atrás. -No, yo debo desarrollar todos mis talentos-. Tuve un péndulo, que se rompió, y seguí con mis lecturas, mis prácticas, las esencias florales, las clases que yo daba….mis cursos complementarios a la carrera…. Pero dentro de una vida en Dios e inmersa en la misma sed y deseo de estar con Él. La misma sed que tenía Él de estar conmigo.
Hasta que llegó el Reiki. Una persona de suma confianza me habló de sus bondades, que yo muy bien conocía de oídas -se aplica hasta en hospitales- y deseaba adentrarme en ellas. Los círculos de información previa ya me resultaban dudosos, en especial por su hostilidad con la Iglesia Católica y sus creencias, un tanto extravagantes. La persona que impartía las clases era Psicóloga –una compañera de profesión-, pensé. Mejor imposible. Qué bien prepara el Jefe las cosas. Como ésta práctica hay que “recibirla”, antes de poder darla, tuve que pasar por quirófano yo antes. La operación duró alrededor de dos meses, tras los que sucedió todo.
Primer asalto carismático. Mi amiga Teresa, con la que compartía estudios de Máster, una mañana tomando café me instó a que lo dejara. Ella conocía muy bien aquéllos terrenos…. Percibí su preocupación. Pero yo no podía dejar esto: primero porque no tenía la capacidad de ver o discernir el peligro de aquello, segundo, estaba muy sensibilizada a aquéllos asuntos. Al fin y al cabo todo era relativo……
Días después me trajo un libro, “Jesús está vivo” del P. Emiliano Tardiff, incansable conductor de la Renovación Carismática en Latinoamérica. Un exponente importante y referente de su extensión por el mundo. Sin saber porqué –apreciaba en el fondo los criterios de Tere-, leí de corrido el libro en una noche. Me resultaban extravagantes las vivencias que página a página se iban contando allí. La renuncia a las prácticas que alejaban e incluso dañaban a las personas en su vida de fe, en sus mentes y en sus cuerpos. La sanación como en el Evangelio, una manifestación de carismas…. Qué extraño todo.
Puedo decir que, a pesar de estar metida en estos vericuetos, la Paz que encontraba, no era una auténtica Paz interior. Ya desde el principio, cuando empecé a recibir el Reiki, estaba inquieta, nerviosa, y no sabía porqué. Además me encontraba frecuentemente mal, como febril. Abría la Biblia y encontraba pasajes en los que se advertía sobre las falsas doctrinas, las malas prácticas, etc. Incluso ya antes, estas lecturas me sorprendían, en la etapas de mis cursos. Sabía que algo no encajaba bien, sospechaba e intuía, pero no quería mirar y ver.
Segundo asalto carismático. Pilar. Casualmente en aquéllos días me llamó Pilar. Conocí a Pilar hace muchos años, cuando frecuentaba los medios de formación del Opus Dei, y nos conocimos a través de la persona que se encargaba de mi formación. Entre nuestras muchas conversaciones, ella me contaba sus experiencias en la Renovación, sus actividades en las cárceles. Y entablamos amistad. Estábamos en contacto. En aquélla llamada le expresé mi malestar, para el que no encontraba una causa. Y me dijo que me encomendaría en la cadena de oración de su Comunidad. Un ejército de personas había comenzado a rezar por mí.
Vísperas de mi quebrantamiento. Visperas de la fiesta de la Virgen de la Almudena. Acudía aquella tarde como las otras. Me dijo que se encontraba indispuesta, a lo que yo aduje que me iba y retomaríamos la clase otro día, pero me invitó a tomar un té. Yo estaba cansada, había tenido un día duro de trabajo en la tienda en la que trabajaba. Aquél día notaba algo extraño al resto de días. En la parte alta de la habitación, de vez en cuando había algo así como “movimiento”, -pero que sólo podía percibir por el oído-, parecido a un crujir suave, típico de todas las casas. Racionalizando así no le dí importancia. En un punto de la conversación le interrogué con la mirada -¿pasa algo?-. -Bueno, quince minutos antes de que tú llegaras estaban aquí. -¿Qué?-, fue mi respuesta. –Son muy físicos, y parecen dos-…. No me pareció extraño. Esta persona ya me había hablado de los ángeles y de los Arcángeles. Para hacer reiki se deben invocar –al parecer son siete-. Omito otras cosas que pasaron aquélla tarde. Pero nada de lo sucedido me quitó la paz aquél día.
Tercer asalto carismático. La Hermana Misionera. Pasada la fiesta madrileña de la Almudena, dos días exactamente, trabajaba en el céntrico comercio de por aquél entonces, ya entrada la noche. Entró por la puerta una Religiosa, que se decía misionera. Hablaba del porqué había vuelto a España, de su vida en peligro, y los peligros a los que nos sometemos los cristianos. Con las prácticas orientales, el yoga, el reiki…. Ni con Teresa ni con nadie experimenté lo que aquél día. Un salto interior (como de hipar), súbito, y darme la vuelta después para comentarle que yo hacía muchas de esas cosas y que no las encontraba nocivas. Que no podíamos meter todo en el mismo saco. Razonamientos que ya tenía con anterioridad….
-Te pido que lo dejes. Por favor, por favor-. Sus palabras me llovieron en una tierra ya diferente, creo que por acción del Espíritu Santo…
Después siguió hablando. –Subía por esta calle pero algo me empujaba a venir aquí. Yo pensaba: ¿y qué se me ha perdido a mí ahí arriba?. Y continuaba caminando. Pero ante la insistencia me dije, voy-. En pleno mes de Noviembre a las 19:30 es noche, en la oscuridad sólo se ven los focos de la tienda. Y allí se metió sin saber por qué.
Acudí después a mi última sesión de Reiki. ¿Por qué tenía que creer a esta Religiosa?
Días después la Hermana rezó por mí. Asidua de la Renovación Carismática lo hizo en aquél estilo del libro y me ungió con aceite exorcizado.
De los días siguientes sólo voy a describir tres estados:

  1. Una gran compunción interior y en mi corazón con fuerza las siguientes palabras: “Estoy contigo, pero tú en tu libertad decidiste este camino”. Pero Su sufrimiento era mi sufrimiento. El único terreno en el que ÉL se postra ante nosotros es en el de la libertad personal. No porque no pueda saltarse nuestra libertad, sino porque lo quiere así.
  2. Si bien la realidad no suele componerse de ambivalencias y la vida se compone de un abanico de matices entre el blanco y el negro, aquí, y en este asunto sólo podía elegir. “Yo o el reiki”. El problema de estas cosas es que lo que se vivencia es realmente bueno y sanador….en un principio. Se entremezclan realidades espirituales con la dinámica de la carnalidad…La pregunta es, ¿pero, de quién vienen?.
  3. Una ausencia interior que no puedo describir. Como San Pablo, había caído de mi propio caballo, cegada por la Verdad. Me venía a la mente sin saber porqué ése pasaje (Hch 22, 3-16)…..Omito los detalles del infierno interior por el que pasé.

A pesar de la evidencia, tardé unos días más en tomar mi decisión. ¿Qué hacer?. ¿De qué palabra fiarme?, ¿y si simplemente estaba somatizando algún conflicto interior?.
Desde un puro acto de fe y en la más absoluta soledad de mi libertad le dije que sí al Señor. Sabía que le quería y que si debía renunciar a mis cosas por permanecer en Su amor, lo haría. En mi libertad había escogido un camino peligroso, y Él, en mi libertad, me había respetado, sin dejar de quereme. Por pura Gracia y puro Amor quiso quebrantarme en ése momento. Gratuidad pura, sí, pero con mi respuesta libre a ésa Gracia.
Cuarto asalto carismático. Elena.Pasados unos mesesuna antigua compañera –psicóloga también-, y amiga, también de estudios universitarios, a la que conocí en la Capilla de Somosaguas, me expresó su deseo de volver a una Comunidad….¡¡¡Carismática!!!, que frecuentaba años atrás.
Permanecí alrededor de dos años asistiendo de incógnito -como Nicodemo visitando a Jesús-, a las diversas iniciativas a las que me invitaba, organizadas por la Renovación. Entre perpleja y confundida presenciaba una vivencia de la fe totalmente diferente a lo que estaba acostumbrada. Las personas en las celebraciones levantaban las manos a la vez que repetían “gloria, alabanza, bendito y santo”, con una alegría poco corriente. Al llegar me saludaban efusivamente y me llamaban “hermana”. Si seguía acudiendo era por la evidencia de los hechos ocurridos, pues en parte, me resultaba un insulto a mi razón y juicios. Y lo peor de todo: lloraba y lloraba, y no sabía porqué. Pensé en dejar de asistir a estas asambleas.         –Para venir y llorar…-.
Al mismo tiempo iba al Seminario Conciliar, a unas adoraciones carismáticas semanales. Me sorprendía durante la semana con las músicas que se cantaban allí en mi mente, y me sentía alimentada. Pero sabía que tenía que ir a estas asambleas. Interiormente lo sabía. Y como Nicodemo, lo hacía. –Que no se entere nadie-, además, -porque con la fama que tienen…-.
Mi primera Pascua la pasé durante tres días llorando (sin connotaciones de tristeza o alegría). Simplemente llanto. –El Don de lágrimas-, decían. Y me llovían cleenex desde todos los ángulos según estaba sentada. El Viernes Santo, en la mañana, en plena alabanza, me sudeció algo que no he vuelto a experimentar con aquélla intensidad después. Un calor como de fuego, que me quemaba, pero no ardía, empezó a bajarme por la cabeza, desde la coronilla, y pasaba por el cuello, los brazos, el tronco…hasta llegar a la cintura. Allí se paró. ¿Por qué hasta la cintura?. No lo sé. Hubiera deseado quedarme así toda mi vida…. Después viví Pentecostés con mucha fuerza y comencé a frecuentar abiertamente los círculos carismáticos. Hasta el día de hoy todo ha sido un proceso de purificación y abandono. Lento, muy lento, pero progresivo. El Señor respeta nuestra necesidad de tiempo para asimilar las cosas y cambiar los odres viejos y podridos para poder llenarlos de su Vino Nuevo.
Jamás hubiera imaginado los infinitos tesoros que se me muestran ahora en mi vida de fe. No se me ha quitado nada, y se me ha dado Todo. Aquí está la Felicidad, palpitando, es real, viva, eficaz. Ni carca, ni añeja, ni trasnochada. En la Palabra, la Tradición y el Magisterio lo tenemos todo. No son códigos de conducta pesados, sino “consejos de salud” que tenidos en cuenta generan el bienestar que nuestras almas, mentes y cuerpos necesitan. Y el medicamento se llama Gracia Santificante. La curación es incómoda, a veces duele, escuece, genera fiebre y dolores, pero sumergidos en ello, como el Cristo de mi parroquia, la Resurrección se gesta. Gloria y Cruz, muerte y Resurrección. Éste es mi camino. La meta no la puedo imaginar, pero es tan maravillosa que sólo te pido que te fíes, esperes, ames y creas arraigado en Cristo y firme en la fe.
María Concepción P. R.

En Madrid, a 26 de Enero de 2013,  día después de la festividad de Santiago Apóstol.